Del libro HOJAS DEL ALMARIO
OBSESIONES
Tengo un sentimiento tan confuso
que puedo inventar caballos encabritados
para lanzar en estampida hacia tí,
y luego bailar afectuoso
sobre sus cadáveres sudantes.
Pero me encuentro ridículo moviéndome
de aquí para allá y de allá para acá
asido a tu cintura.
Tengo una locura desenfrenada,
con muchos puñales en hilera
para persignarme como un místico.
Mas, eso también me incomoda
y puedes ahora colocar tus manos
sobre mi frente y santiguarme
con sangre de sacrificios.
Yo haré en tanto un dolor
de arrepentimiento agradecido
que me cure de tus males,
de la risa patética tuya por mi desvarío.
CADA DÍA
Cada día la pertinacia de un perro
una noche
un recuerdo
la ablución de nuestras almas,
el cansancio de no saber quien soy
y para qué he venido
la tragedia de los peces,
cada día.
Mi madre
mis hijos
mi padre que se ha ido
no sé a qué cielo
un parpadeo
la noche fría
el silencio eterno, la vida.
¿Para qué la prisa?
¿y los árboles?
¿y tú y yo,
cada día?
La mordedura triste de estar e ir,
de sufrir y llorar jamás
y siempre,
la maldición del tic-tac
lo lejano
el temor de no estar y ya no ser
un dolor
la sospecha
de volver otra vez a la vida,
a la muerte,
cada día,
cada día.
LAS ESQUINAS
Las esquinas son aladas
de plumaje de cemento y de greda
vigilantes en los bornes de las calles
Son incluso divertidas
porque no se pueden ocultar
y se desdoblan casi nunca solitarias.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mis manos
y no tienen una flor entre los dedos.
Las esquinas son tediosas delatoras en la espera,
algunas son desnudas pudorosas
No se sabe todavía de una sediciosa esquina
que acuse a una amante furtiva.
Las esquinas no son sólo aristas
o puntos de encuentro de dos muros.
Raramente cambian en el tiempo,
sólo cambian transeúntes
Están siempre en su lugar
-donde nacen, entestadas-
aguardando las miradas de los hombres
que se encuentran.
Las esquinas permanecen invisibles,
aunque son sólo anécdotas
de las breves historias de seres irascibles.
Ellas observan pero callan,
no son sólo aristas y saben guardar silencio.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mi boca
y no tienen una flor entre los labios.
Las esquinas escuchan todo el día
los secretos de la gente
y tienen brazos tentaculados
que responden a nombres diferentes.
Tienen brazos que se desatan
para atenazar otras esquinas más allá
-en otros muros-
con otros alejados.
Son curiosas las esquinas,
donde van a retorcerse y a expirar
las tantas calles del recuerdo.
Las esquinas de que yo hablo
no son las de mi infancia
y no tienen una flor entre los tiempos.
OFRENDÁRTELO TODO
Morir de pie descalzo tirado sobre la hierba no
doblegada
por el huracán más iracundo.
Descansar horizontalmente
erguido.
En fin, correr dormido en línea entre tus sábanas
albas
en las noches más frías del invierno.
Arrancarte los cabellos de raíz y quemarlos en una
hoguera
de rosas rojas perfumadas malolientes.
Ofrendártelo todo.
Imprimir velocidad metafísica a los sentidos para
odiarte
y amarte siempre, como nadie, más allá, más allá
aún
del vaho untuoso de la habitud.
Más lejos todavía de mis mayores fuerzas infrahumanas
y sobrehumanas.
Ofrendártelo todo.
Todo es todo: vísceras, células, corazón, pulmones,
estómago, cerebro,
huesos
mis miedos
mis utopías
mi cesta de reciclaje.
Por el azul del arcoiris ascender a lo más alto
vestido de nácar y descender
oblícuo, aceleradamente, para ofrendártelo todo.
Llorar con desconsuelo de alegría.
Reir sin mover un
músculo.
Vivir de pie arrodillado blasfemando y orando,
glorificando y maldiciendo.
Ofrendártelo todo.
Todo es todo: serenidad, ira, complacencia, odio,
amor, pecado, paz,
desconsuelo
tus miedos
tus utopías
tu cesta de reciclaje.
En los túneles arcanos de tu alma, gritarte enmudecido
hasta que la paloma
blanca emprenda el vuelo más abyecto.
Delirar con
cordura ejemplar
y devorarte los ojos en la noche más triste de amor
abatido y despiadado.
Ofrendártelo todo.
Todo es todo: imaginación, pesadilla, paradoja,
pensamiento, ilusión,
demencia
nuestros miedos
nuestras utopías
nuestra cesta de reciclaje.
ESOS ÁRBOLES DESNUDOS
Qué perverso es el invierno con los árboles
desnudos y ateridos, agraviados
por la exaltación de los vendavales;
forzados a contorsionarse, extravagantes,
entre los aplausos infatuados de la lluvia,
con faroles de inoportunos ademanes
que los celan en las umbrosas avenidas
y silencios quebrajados por el llanto
de los seres traicionados.
Qué severo es el invierno con los árboles
desvestidos por las tormentas y los céfiros;
plañideros desde las cepas y los brazos
desarticulados de sus cuerpos,
suplicantes tras la postrimera furia,
como manos con lágrimas entre los dedos
brotando de la tierra.
Esos árboles desnudos y entumecidos
de todos los inviernos iracundos.
Esos tristes fantasmas profanados,
que no pueden surcar los territorios
como las aves en busca de indumento
para cobijarse.
Esos viejos árboles que vomitan resina
en los caminos lejanos,
con las entrañas abiertas a tajo de viento.
Desdichados árboles ofreciéndose
en holocausto como esculturas mutantes,
despojadas de su fronda
y de la dignidad de los árboles en primavera.
LOS DOS
A veces te quiero tanto
que te llamo sin hablarte
con ese silencio impenetrable,
el más ignominioso
de los silencios.
A veces tú no me quieres tanto
que me llamas impaciente
con aquel grito terrible,
el más fuerte de los silencios.
Y todas las paradojas
del mundo respetan la nuestra.
Y los dos seguimos
guardando silencio.
Y tú y yo nos queremos tanto.
El viejo y el espejo
(Antonio Álvarez Bûrger)
No, no es que ya esté más viejo:
el descompuesto es este espejo
herrumbroso,
es cierto,
y ese anémico madero que lo cerca,
por ejemplo,
y ese vidrio deslumbrado,
sin reflejo.
No, no es que yo esté más viejo
Esos surcos tan profundos en mi rostro
no son míos,
son las huellas de los años
en el trasto polvoriento
que se empeña,
irreverente,
en culparme de sus miedos
y en faltarme así el respeto.
No, no es que yo esté más viejo,
te lo prometo.
Tal vez sea mi cansancio
proyectado en ese espejo.
Aunque sí hay algo cierto en todo esto:
son sus años los que tengo
y es posible que su traza no me agrade,
y es por eso.
Es por eso que no quiero
confrontarla con mi aspecto
Puede ser que esté algo viejo
porque ahora duermo menos,
ya camino un tanto lento
y me pesa más el cuerpo.
Pero, -insisto-
te prometo:
exagera aquel espejo
Lo que pasa es que mi vista
se ha acortado con el tiempo,
además que lloro tanto
de cada cosa que pienso.
Puede ser que esté algo viejo
porque agobiado me siento:
rehúyo las estridencias
y me encierro en mis tormentos.
El espejo,
te prometo,
es sólo un delator perverso
que gusta mostrarme triste
cuando de tristeza muero.
|