crítica, ensayos, crónicas

José María Memet: 
Después del peso de la noche

Entrevista de José Ángel Leyva (Revista Alforja)

¿Qué significaron y significan esas grandes tradiciones de la poesía de tus dos países en tu formación y en tu desarrollo como lector y como poeta? Sobre todo lo que representó y representan figuras ceñidas a la identidad latinoamericana y aquellas que se esforzaron por infundir un espíritu de renovación y búsqueda a la poesía sin limitarla a una ubicación geográfica.

Es curioso, pero los poetas chilenos tienden a minimizar la poesía argentina y latinoamericana en general, supongo que por ignorancia y pasar mirándose tanto tiempo el ombligo. El pueblo, no. Tiende a reconocer a quienes son parte también de su propia soledad y esperanzas. Y los hace suyos.

La poesía argentina es muy poco conocida y muy poco valorada en mi país. La tradición poética chilena es “autosuficiente”, entendido esto como tradición isleña, insular, autoabasteciéndose constantemente de sus propios sueños y frustraciones y sus delirios de mundo y de reconocimiento.

La renovación es la constante y una gran prolijidad en el manejo del lenguaje su fuerza. El gran problema de los poetas chilenos es que todos quieren ser fundacionales, hay un deseo constante de establecer utopías y significaciones globalizantes. Para mí Latinoamérica y sus poetas son parte importante de mi vida y de mi literatura, desde muy joven comencé a viajar y el hecho de convivir con muchos de los más destacados poetas jóvenes (de mi generación latinoamericana) y nuestros mayores, produjo en mí un encuentro con todos, y una forma de pensar en todos. Lamentablemente el proceso de mi formación fue atravesado por 17 años de dictadura y por la lucha política y con casi toda América del Sur y América Central tomada por los regímenes militares; por ende, se produjo un enclaustramiento que dura hasta hoy. Recién estamos como países volviendo a reencontrarnos en democracia, volviendo a dialogar y por fin leyéndonos.
Mi aprendizaje fue más por el lado anglosajón, que era la única literatura “importable y no subversiva” para los censores. A mi salida el año 1981 (y ya en París) logré conformar una biblioteca poética extensa y notable y ver a Latinoamérica con distancia, qué maravilla fue volver a tener el macro y las obras de la diáspora chilena y latinoamericana y del interior de los países. Pero también fue maravilloso caminar por la Rue Saint Michel o el Pont Neuf silbando, alegre, sabiendo que nadie te acechaba para matarte.

Por otro lado, las poéticas y obras de Neruda, Huidobro, De Rokha, Mistral y Parra, siempre ofrecían monedas de intercambio, pero a mí me interesaba la voz propia. Por eso mi poesía ahonda otros aspectos y estoy fuera de esa gran épica chilena. Para mí lo importante son las obras que crean la tradición, no los poetas. Y allí siempre hay trazos que enaltecen la condición humana y su respeto. Me interesa una ética poética y no la sobreideologización poética y el poeta como ser opinante allí en su tiempo, pero desde su reflexión no desde la repetición. En ese sentido soy un idealista irredento y un luchador que no descansa.

Estoy de acuerdo con Eduardo Milán al advertir en tu poesía una necesidad de nombrar la realidad desde su epidermis hasta el hueso, sin sacarle el cuerpo a la ficción, que también tiene su espacio privilegiado en tus versos. Lo tuyo, pues, no es una apuesta por la retórica, sino por hacer sentir al lector. Narras de algún modo los hechos de la realidad o de lo que la imaginación figura como real desde la perspectiva de las emociones. ¿Hasta dónde permites que avance tu pluma sin que ponga los pies sobre la tierra?

La literatura y la poesía, en realidad nacen del dolor. Del impacto que produce en un creador su territorio mental y emocional. Del profundo desasosiego que el vivir significa para todos los seres humanos. Estoy convencido que en la extensión de las fronteras mentales, los clásicos nos salvaron de la locura y que la poesía en especial nos salva, no en el sentido religioso si no en el profano: cada creador es un pequeño Dios, pero como dice Parra: “...todo lo que se mueve es poesía / lo que no cambia de lugar es prosa / …todo lo que nos une es poesía / sólo la prosa puede separarnos…” . A mí me interesa que mi obra sea inquietante y no complaciente, que sea huesuda, que se vea la muerte y el deterioro del cuerpo; pero también que el amor esté presente con su fuerza y su desgarro; que no haya fronteras ilegítimas. Que las cosas materiales existan porque existen, pero que la amistad sea más poderosa. Que los sueños sean más poderosos. De una u otra forma el poder quiere que duermas, yo quiero despertar. Eso significa reconocer el cuerpo como la precariedad y el gozo. No hay límites en esto, eso es la creación: arrastrarse por la tierra hasta alzar el vuelo y ya logrado finalmente caer. La inmortalidad la encuentro horrible de sólo pensarla,

Pero “los realistas” saben que la demencia tiene su poder y odia a la poesía. Saben que tienen que morir y quieren dinero, bienes, cosas tangibles, y sufren y esclavizan y asesinan: ya sea con balas o con hambre. Síntesis, es lo que necesitamos; belleza y palabras verdaderas. Un nuevo lenguaje. Lo otro se llama comercio o sencillamente explotación.

Hay diversas etapas de tu escritura donde se advierte el compromiso social, sin banderas ideológicas ¿Cómo logras sacudirte del cuerpo y de la mente la experiencia política, la ambición de utopías, para que no contaminen y determinen el tono de tu poesía?

Yo fui del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), pero lo fui como militante, como persona, como individuo que forma parte de una sociedad que quería transformaciones y que busca en un partido y su accionar, la posibilidad que esos cambios fueran posibles. Como poeta no me ciño a discursos de partido ni ideológicos, el gran problema de un gran sector de la izquierda chilena y latinoamericana es que se olvidó de la cultura y determinó su rumbo por razones ideológicas y partidarias y lo que es peor, por la violencia. Qué error tan garrafal, perdimos la revolución, perdimos el rumbo y perdimos el presente, cuando el presente siempre fue nuestro, y la derecha más cohesionada en sus intereses, supo esperar y asestó el golpe. Yo sigo siendo un revolucionario, solitario, pero feliz. Ya no necesito matar a nadie para transformar mi propio tiempo, la transformación y la revolución no requiere de violencia. Mi poesía es parte de la desesperación de mi época y de la constatación de un futuro posible, pero trato que la acción que surja de ella o el mundo que crea, sea para todos los seres humanos sin distinciones. No escribo poesía para grupos, escribo para mi goce estético y el de todo ser humano sensible.

Desde tu punto de vista cuál y cómo es la relación que debe mantener un promotor y gestor cultural con las instituciones estatales y con la iniciativa privada Es decir, con el poder.

La independencia y el construir proyectos propios, que no pasen por la censura o el interés político inmediato. Ni sean meros medios para la venta de productos o promocionar el mercado. Tiene que existir una simbiosis, una propuesta que yo denomino proyecto país. Uno de los elementos clave creo que es el entender que vivimos en un mundo de temores, con gran ansiedad de lo que nos depara el futuro y un presente catastrófico. Se requiere interactuar y la cultura es patrimonio de todos, es allí donde existe un vínculo de encuentro y donde los seres humanos se escuchan, dialogan, articulan un sueño. El centro de un proyecto no es la suma de los aportes monetarios sino las ideas que envuelven un destino común y que deben expresarse, como referente para todos.

¿Cuáles son tus mejores y tus peores experiencias en esta labor? ¿Has deseado botar la gestoría para buscar formas más gratificantes de vida? Háblame de lo que significa para ti vivir en Chile y pensar en lo que otros escriben, y también en lo que otros piensan de tu trabajo.

En Chile, es mucha la envidia hacia una persona que se destaca y más aún para alguien que realiza proyectos que involucran distintos estamentos y miles de personas participando. La mejor experiencia

–aparte de mi trabajo poético- es haber cambiado el concepto de recital poético y haberlo transformado en un evento público, de masas, donde se utiliza el espacio público como soporte espacial, artístico y político.

Por ejemplo, utilizar el palacio de gobierno y que desde sus ventanas los poetas reciten a la multitud; ocupar el entorno de edificios para que los poetas reciten desde distintos lugares y alturas; bombardear con doscientos mil poemas La Moneda como una forma de sanar la memoria colectiva y el espíritu del país; conseguir un rompehielos con la armada y hacer la entrega del premio de poesía para poetas jóvenes en una travesía, en medio del mar, realizar un recital de poesía y una reflexión en Villa Grimaldi, el principal centro de tortura y desapariciones, realizar el recital en la Escuela Militar, tan incomprendido por los reaccionarios de izquierdas y derechas.

He demostrado que para la poesía y su proyección en el imaginario colectivo, no hay nada imposible. Es una labor agotadora, pero fructífera, que ha reposicionado el género. Para mí vivir en Chile es construir, es vivir dentro de mi memoria y afuera en mi realidad. La poesía chilena tiene una tradición contundente y notable, por generación surgen 10 a 15 poetas, que tienen un lenguaje propio, un sello. Ser poeta no es fácil, pero si superas tu propia desesperación de juventud y las trabas y zancadillas, y trabajas con rigor tu obra, esta será reconocida. He sido desde muy joven un poeta que ha logrado reconocimientos en forma temprana, tanto en Chile como en el exterior.

Pero estoy en la mitad de mi proyecto escritural y he escrito once libros.

Tengo buena relación con mis pares, salvo con aquellos que creen que escribir poesía es una carrera de caballos y una competencia, a esos los desprecio atenta y desatentamente.

Vamos entonces un poco atrás, al paisaje que conociste en tu infancia, al sentido de las fronteras entre países aparentemente semejantes y aparentemente distintos: Chile y Argentina. ¿Cuál fue tu noción escolar de país, nación, patria, individuo?

La verdad es que el sentido de las fronteras no me interesa, en un poema fui muy claro al plantear que”… Me es claro en la conciencia, que la patria / es sólo la desesperación de los poderosos. / Yo no tengo patria. Vago por mi mente, / en silencio, aterrado, pero libre al fin. / La única patria que reconozco, es la circunferencia de la tierra.”

Mi familia –por el lado de mi madre- son descendientes de Mapuche, tienen más de 15.000 años en la zona. Soy de la zona de Araucanía: La Frontera. Ese es su nombre. La delimitación geográfica actual fue impuesta por conquistadores, chilenos y colonos, la humana y la de la memoria diaria permanece inalterable: lengua propia, dioses propios, una relación con la naturaleza, tanto por el lado argentino como por el chileno, me refiero a mis ancestros.

Los lugares de mi infancia fueron Padre Las Casas, Curacautín, Quitratúe y Temuco, la frontera de tres culturas: la Mapuche, la chilena y la alemana (los colonos). En esa época el lugar estaba pleno de bosques nativos, los trenes eran con locomotoras a vapor, todo era un gran trueque, un far west. Una imagen poética que aún se mantiene en algunas calles de Temuco es por ejemplo un gran martillo sobre la tienda, que indicaba que se trataba de la ferretería. Una gran olla, cuya relación era para los artículos de cocina; un arado gigante para referirse a los instrumentos para trabajar la tierra. Neruda habla de ello, en sus memorias. En síntesis, fui, soy y seré un individuo cercano a la naturaleza, con una relación fuerte con la tierra y los elementos primordiales. Vivo en la ciudad, pero soy un hombre de la tierra. Eso significa Mapuche: hombre de la tierra.

¿Qué significaron y significan esas grandes tradiciones de la poesía de tus dos países en tu formación y en tu desarrollo como lector y como poeta? Sobre todo lo que representó y representan figuras ceñidas a la identidad latinoamericana y aquellas que se esforzaron por infundir un espíritu de renovación y búsqueda a la poesía sin limitarla a una ubicación geográfica.

Es curioso, pero los poetas chilenos tienden a minimizar la poesía argentina y latinoamericana en general, supongo que por ignorancia y pasar mirándose tanto tiempo el ombligo. El pueblo, no. Tiende a reconocer a quienes son parte también de su propia soledad y esperanzas. Y los hace suyos.

La poesía argentina es muy poco conocida y muy poco valorada en mi país. La tradición poética chilena es “autosuficiente”, entendido esto como tradición isleña, insular, autoabasteciéndose constantemente de sus propios sueños y frustraciones y sus delirios de mundo y de reconocimiento.

La renovación es la constante y una gran prolijidad en el manejo del lenguaje su fuerza. El gran problema de los poetas chilenos es que todos quieren ser fundacionales, hay un deseo constante de establecer utopías y significaciones globalizantes. Para mí Latinoamérica y sus poetas son parte importante de mi vida y de mi literatura, desde muy joven comencé a viajar y el hecho de convivir con muchos de los más destacados poetas jóvenes (de mi generación latinoamericana) y nuestros mayores, produjo en mí un encuentro con todos, y una forma de pensar en todos. Lamentablemente el proceso de mi formación fue atravesado por 17 años de dictadura y por la lucha política y con casi toda América del Sur y América Central tomada por los regímenes militares; por ende, se produjo un enclaustramiento que dura hasta hoy. Recién estamos como países volviendo a reencontrarnos en democracia, volviendo a dialogar y por fin leyéndonos. Mi aprendizaje fue más por el lado anglosajón, que era la única literatura “importable y no subversiva” para los censores. A mi salida el año 1981 (y ya en París) logré conformar una biblioteca poética extensa y notable y ver a Latinoamérica con distancia, qué maravilla fue volver a tener el macro y las obras de la diáspora chilena y latinoamericana y del interior de los países. Pero también fue maravilloso caminar por la Rue Saint Michel o el Pont Neuf silbando, alegre, sabiendo que nadie te acechaba para matarte.

Por otro lado, las poéticas y obras de Neruda, Huidobro, De Rokha, Mistral y Parra, siempre ofrecían monedas de intercambio, pero a mí me interesaba la voz propia. Por eso mi poesía ahonda otros aspectos y estoy fuera de esa gran épica chilena. Para mí lo importante son las obras que crean la tradición, no los poetas. Y allí siempre hay trazos que enaltecen la condición humana y su respeto. Me interesa una ética poética y no la sobreideologización poética y el poeta como ser opinante allí en su tiempo, pero desde su reflexión no desde la repetición. En ese sentido soy un idealista irredento y un luchador que no descansa.

Estoy de acuerdo con Eduardo Milán al advertir en tu poesía una necesidad de nombrar la realidad desde su epidermis hasta el hueso, sin sacarle el cuerpo a la ficción, que también tiene su espacio privilegiado en tus versos. Lo tuyo, pues, no es una apuesta por la retórica, sino por hacer sentir al lector. Narras de algún modo los hechos de la realidad o de lo que la imaginación figura como real desde la perspectiva de las emociones. ¿Hasta dónde permites que avance tu pluma sin que ponga los pies sobre la tierra?

La literatura y la poesía, en realidad nacen del dolor. Del impacto que produce en un creador su territorio mental y emocional. Del profundo desasosiego que el vivir significa para todos los seres humanos. Estoy convencido que en la extensión de las fronteras mentales, los clásicos nos salvaron de la locura y que la poesía en especial nos salva, no en el sentido religioso si no en el profano: cada creador es un pequeño Dios, pero como dice Parra: “...todo lo que se mueve es poesía / lo que no cambia de lugar es prosa / …todo lo que nos une es poesía / sólo la prosa puede separarnos…” . A mí me interesa que mi obra sea inquietante y no complaciente, que sea huesuda, que se vea la muerte y el deterioro del cuerpo; pero también que el amor esté presente con su fuerza y su desgarro; que no haya fronteras ilegítimas. Que las cosas materiales existan porque existen, pero que la amistad sea más poderosa. Que los sueños sean más poderosos. De una u otra forma el poder quiere que duermas, yo quiero despertar. Eso significa reconocer el cuerpo como la precariedad y el gozo. No hay límites en esto, eso es la creación: arrastrarse por la tierra hasta alzar el vuelo y ya logrado finalmente caer. La inmortalidad la encuentro horrible de sólo pensarla,

Pero “los realistas” saben que la demencia tiene su poder y odia a la poesía. Saben que tienen que morir y quieren dinero, bienes, cosas tangibles, y sufren y esclavizan y asesinan: ya sea con balas o con hambre. Síntesis, es lo que necesitamos; belleza y palabras verdaderas. Un nuevo lenguaje. Lo otro se llama comercio o sencillamente explotación.

Hay diversas etapas de tu escritura donde se advierte el compromiso social, sin banderas ideológicas ¿Cómo logras sacudirte del cuerpo y de la mente la experiencia política, la ambición de utopías, para que no contaminen y determinen el tono de tu poesía?

Yo fui del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), pero lo fui como militante, como persona, como individuo que forma parte de una sociedad que quería transformaciones y que busca en un partido y su accionar, la posibilidad que esos cambios fueran posibles. Como poeta no me ciño a discursos de partido ni ideológicos, el gran problema de un gran sector de la izquierda chilena y latinoamericana es que se olvidó de la cultura y determinó su rumbo por razones ideológicas y partidarias y lo que es peor, por la violencia. Qué error tan garrafal, perdimos la revolución, perdimos el rumbo y perdimos el presente, cuando el presente siempre fue nuestro, y la derecha más cohesionada en sus intereses, supo esperar y asestó el golpe. Yo sigo siendo un revolucionario, solitario, pero feliz. Ya no necesito matar a nadie para transformar mi propio tiempo, la transformación y la revolución no requiere de violencia. Mi poesía es parte de la desesperación de mi época y de la constatación de un futuro posible, pero trato que la acción que surja de ella o el mundo que crea, sea para todos los seres humanos sin distinciones. No escribo poesía para grupos, escribo para mi goce estético y el de todo ser humano sensible.

Háblame de dos aspectos muy específicos en tu poesía. Por un lado la utilización de la fauna como lo haces en El rastreador de lenguajes y en otros libros para situar la condición humana, y el empleo de la ficción y de la historia, como en El duelo. Los sueños, el eros y la muerte de Sor Catalina en el Convento del Biógrafo, para desatar las fuerzas del pecado, es decir, la noción del bien y del mal en la cultura cristiana, mayoritaria en nuestras sociedades latinoamericanas.

La fauna somos todos, distintas especies sobre la tierra y los depredadores mayores: los seres humanos. El homo sapiens intenta ser diferente y lo es, pero en tan mínima proporción, que no se da cuenta que destruye lo que lo rodea y a sí mismo. Todo lo que logramos en miles de años de cultura es saber que tenemos pocas posibilidades de sobrevivir como especie y ahí se engarza la relación con la fauna, nuestros “compañeros de ruta”. Nuestras acciones y naturalezas son predecibles al igual que en el reino animal, porque somos todos animales. Eso nos da una gran oportunidad, recuperar lo primigenio, la inocencia. Esa es la posibilidad de recobrar el futuro.

La representación de situaciones humanas a partir de bestias, a veces ofende más a las bestias que a los seres humanos.

Por otro lado, “la fuerza del pecado” es la tragedia de América Latina, el sentido de la culpabilidad por sobre la responsabilidad. La mentira y el embuste como forma de articular una vida y el concepto de nación. Yo amo la ficción porque pertenece un poco a los dioses y no tiene nada que ver con algo humano, eso es notable, la libertad de la mente es notable, pese a la televisión.

Después de tanta represión era necesario un libro así, El Duelo recrea el fin del poder o cree hacerlo. Pero lo más importante, es que permite que el goce, el eros se instale sin culpabilidad, me refiero a Chile. No hay nada más dañino para la mente y las sensibilidades y las culturas, que las dictaduras y la iglesia católica. A veces creo que son lo mismo.

Si no me creen, revisen cuantas lenguas y dialectos hay en nuestras culturas en la América Latina, cuantos dioses por nación, cuántas naciones y cuántos estados. La homogeneidad significa nuestra muerte, la diversidad nuestra vida.

¿Piensas o adviertes que tu poesía, mostrada en Años en el cuerpo (Antología personal 1974-2005), acusa cambios derivados de tu experiencia personal, de tu situación histórica, del paso de los años y el vínculo con otros poetas, otros horizontes?

Yo creo que la constatación de la muerte, represión mediante, ha marcado mi obra. Pero también la ha marcado ese afán de libertad. Mi primera experiencia con la represión de estado fue a los 15 años, el año 73 en Chile, y estaba Allende y llegó Pinochet con su golpe. Nos tomaron presos unos carabineros por supuestamente fumar pitos (marihuana) –cosa que era verdad- y fuimos torturados a golpes y corriente eléctrica en una comisaría de Temuco, en la calle Claro Solar. Aún así recuerdo los años de Allende como la libertad, fue notable ese proceso, la gente estaba feliz, el pueblo parecía ser dueño de su destino. Pero el desorden era total: decenas de dirigentes políticos de todo el espectro ideológico “bomberos locos”, -así les decimos a los termocéfalos políticos en mi país- llamaban a incendiar Chile y sucedió lo que todos no queríamos que pasara: una dictadura de 17 años.

Ahí me di cuenta, tempranamente, que debíamos pensar más que luchar, luchar ya lo habíamos hechos casi 100 años como clase. Estaban acostumbrados a matarnos. No temo contar esto, porque creo que no hay que esconder la fragilidad. Siempre se ha torturado en Chile y es una desgracia para nuestro pueblo.

Mi poesía es parte de mi vida y lo que soñé para mejorar mi vida. Siempre tuve noción que el futuro me pertenecía: ahora ya se llama presente. Siempre tuve claro que quería ser poeta y no me equivoqué.

Por último, José María, quizás lo recuerdes, con Rodolfo Hinostroza comentaban ambos de la fuerza de la tradición y la vigencia de una producción poética en sus respectivos países y en México, sin dejar de lado a otros países con notables catálogos y generaciones de poetas. ¿Cuál es tu visión de la actual poesía iberoamericana? Incluyo por supuesto a España, Portugal y Brasil.

Creo que se está reproduciendo el repoblamiento poético hispanoamericano. De todas las escenas posibles, la poesía española contemporánea, me parece que es la que está en peor pie. Demasiada complacencia, demasiada retórica, demasiada mafia. Están convertidos en unos autocomplacientes y sin obras valiosas, salvo excepciones.

Brasil es una perla desconocida en América Latina, debemos gozar de su notable poesía: Ferreira Gullar, Lêdo Ivo, Romano de Sant’Anna, Floriano Martins, Régis Bonvicino, refiriéndome tan sólo a algunos de los poetas vivos.

América Latina en la actualidad tiene un lenguaje poético de excepción, no necesitamos compararnos con nadie. Porque sabemos que en todas las culturas hay poetas notables y obras que prevalecerán hasta el fin de la especie. Pero tenemos un gran problema, en la mayoría de nuestros países no existe crítica, entendida como el afán de ahondar en la memoria, en la ficción y en el alma, que no es otra cosa que el ánimo.

Y no me refiero tan sólo a la crítica literaria.

Un país no se construye sin debate, tampoco una literatura. Son las herencias y vacíos que nos han quedado de las dictaduras. Pensar no puede ser la opción de unos pocos elegidos. Quienes piensan diferente a la derecha están condenados a la orfandad y al exilio interno, por eso la necesidad de construir un mundo propio que nos pueda nutrir, pero también crear los espacios para crear y reflexionar.

Hay que vencer diariamente el peso de la noche. En ese derrotero, he realizado el Foro de las Ideas -en el contexto de la Fiesta de la Cultura y de los Carnavales Culturales de Valparaíso, por ejemplo-, con la presencia de notables poetas, intelectuales, artistas y literatos chilenos, discutiendo sobre la cultura, la política y nuestro destino como país, como país que vuelve a mirarse después del peso de la noche.

La poesía no puede ser ciega, sorda y muda como lo ha sido la justicia en nuestros países. Creo que el poeta en nuestras sociedades no puede tener un relativismo ético cuando se trata de la condición humana y sus derechos. Los poetas no podemos ser un espejismo para nuestros pueblos y menos la mudez de nuestras lenguas.

Nuestras obras tienen que romper el silencio. La memoria es el latido de la mente y del futuro. Hay que abrir los ojos: “lo hermoso de la oscuridad, es como te permite ver”.



De feministas, borbones, fefés y Mar Flores






Lunes 18
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En la India se han producido grandes manifestaciones femeninas y feministas contra el certamen para la elección de Miss Mundo, que este año va a celebrarse allí. Uno se alegra de saber que la conciencia feminista ha llegado hasta la India y que ya no es sólo una flor rara del progresismo occidental. La verdad es que, si nos sigue fascinando una señorita en plan fascinar, estas acumulaciones de carne con fines comerciales, selectivos, pornográficos y comunicacionales siempre nos han dado un poco de «alipori» o rubor ajeno, vergüenza por la mujer que se presta a tales entusiasmos zoológicos. A lo más que se parecen estas elecciones es a una feria de vacas o de yeguas, aunque se nos añada la coartada pueril de que también han puntuado, además de los glúteos, las cualidades humanas o intelectuales de la candidata. Lo humano, físico y químico/mental se manifiesta mejor en el individuo que en la adunación. Tanta carne, aunque sea joven y luminosa, acaba ahogando lo que de sutil, inconsútil, íntimo («espiritual» se decía antes), personal y mejor tiene la mujer, cada una de las concursantes por separado.
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Claro que más allá de todo este «moralismo» está el derecho de un individuo adulto y pensante, hombre o mujer, a hacer con su cuerpo lo que le dé la gana, incluso prostituirlo y destruirlo (suicidio largo o corto). El derecho a enseñarle la silicona natural y de nacimiento al gentío, a fin de cuentas también es un derecho democrático.
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Martes 19
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Siguiendo con la meditación del lunes, voy a poner un ejemplo concreto. En el programa «El semáforo», de Ibáñez Serrador, hay dos presentadoras contrapuestas. Una tal Mourreau o así, francesa ella, que es excesiva y al mismo tiempo se queda corta en su sexy y sus desnudos. Una Marilyn de clase media. La otra, Asunción Embuena u Ombuena, hace de chica corriente, feúcha, normalita, española y gentilmente desnutrida. Ya le he felicitado personalmente a Chicho por el acierto de enfrentar a estas dos mujeres. La ostentórea, un perrito caliente a base de vaca loca, parece que trae ceguerón al personal masculino. Yo he tenido ocasión de verla desnuda y de cerca en una fiesta, pero me sigue gustando e interesando más la otra, que parece la chica de la portera con todo el encanto que tenían las chicas de las porteras, antes de los porteros automáticos, que ya no fabrican tales chicas. Y encima es una buena actriz cómica, y supongo que dramática. ¿De qué sirven, pues, esos concursos mundiales y comercialones, esas ferias de ganado humano, si, tras el mareo de tetas y culos, acaba uno enamorándose de la chica de la portera? O sea, «lo que tenemos cerca», como dijera Benavente o un benaventino. Tanto como contra la dignidad de la mujer, estos certámenes del cuerpamen industrial van contra el instinto natural del amor, que es diferencia y unicidad, nunca acumulación o desparrame, como la Mourreau (que por otra parte no me repugnaría nada sacar a cenar).
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Miércoles 20
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Del gran libro de Pilar Urbano sobre doña Sofía conocemos unas cuantas entregas de EL MUNDO, donde quien habla es más bien el rey, y lo hace con un marchón popular y casta, con una facilidad directa y honrada de lector de Ramoncín o así: «La reina es muy preocupona». Este «preocupona» suena al mejor cheli y a mí me recuerda la Isabel II de Valle-Inclán, que queda simpática, ligera y gentilmente tiorra pese a la intención esperpéntica de Valle. Humana, demasiado humana, y demasiado madriles. Como su nieto.
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Jueves 21
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El poeta Jaime Siles, joven y amigo, fino y singular lírico de la generación pre/post, en una de sus inteligentes críticas de teatro, Blanco y Negro, me alude: «...un clásico de nuestros días como Francisco Umbral». Esto de «clásico», referido a uno mismo, lo vengo oyendo mucho últimamente, y en principio es como si te destapasen tu busto en mármol de improviso, cuando has bajado a la calle a comprar el pan. Una cosa que gusta y desconcierta. Los escritores solemos quejarnos mucho de las obras completas, las placas y la denominación de «clásico en vida», que nos recuerdan anticipadamente (después no podremos recordar nada) los honores mortuorios. Pero uno, en lejanos ensayos de dandismo, ha cultivado más la insolencia que la hipocresía (ni siquiera me eduqué en los jesuitas, como Fidel Castro). De modo que no rechazo el adjetivo de Siles, pero me pregunto si un clásico puede orinar debajo de las civiles acacias, bajar a por el pan, como era el caso que digo, decirles cosas a las chalequeras en el Metro (aunque ya ni siquiera sé si hay chalequeras). Lo más parecido a un clásico es un académico. Tengo que preguntarles.
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Viernes 22
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Nos informa Víctor de la Serna, siempre tan legible, de que la Prensa diaria española es la única de Europa occidental cuya difusión ha aumentado, y además mucho, cerca de un 20% en el último decenio. Así las cosas, recibimos con duplicada satisfacción la noticia de que la Academia ha decidido meter dos periodistas en su nómina. Anda mucho runrún y controversia en cuanto a los nombres, pero eso da igual. La Prensa nacional está reventona desde la transición y después. Y la Academia, más auspiciadora de lo que creíamos, va a rubricar el fenómeno con su dúplice elección, aunque luego pondremos a parir a los designados. Normal.
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Sábado 23
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José Luis Vilallonga se casa con María Vidaurreta, ex Verstrynge y mucho más joven que el actor secundario de Berlanga. La modelo Mar Flores, asimismo, contrae con el empresario Fernando Fernández Tapia, el famoso Fefé que tanto juego periodístico le da a Aurora Sebastián Pavón. Fefé le lleva 31 años a la modelo, que es una tía exquisita. La unión del maduro (poderoso en algo) y la jovencita es pan candeal de todos los días en España y el mundo. La teoría fácil y seudofreudiana dice que ellas, en estas uniones, buscan «al padre», la protección, la seguridad, eso. Uno, muy al contrario, siente que somos nosotros, los maduros, quienes buscamos calentarnos a la sombra de las muchachas en flor de couché. La madurez es inseguridad, balbuceo, edad crítica. La juventud es existencia, decisión, pura actualidad, impagable presente. Es la joven la que protege al viejo: Moravia, Borges, Alberti, Cela, Welles, Griñón, Rossi, etc. Ya que hemos de tener una viuda, al menos que sea guapa.
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Francisco Umbral. Publicado en “El Mundo”, Diario con guantes (24 noviembre 1996)

 

 



Ensayo

Las Repúblicas 
Hispanoamericanas: 
Autonomía Cultural


Por Andrés Bello





El aspecto de un dilatado 
continente que aparecía en el 
mundo político, emancipado de 
sus antiguos dominadores, y 
agregando de un golpe nuevos 
miembros a la gran sociedad de 
las naciones, excitó a la vez el 
entusiasmo de los amantes de 
los principios, el temor de los 
enemigos de la libertad, que veían 
el carácter distintivo de las 
instituciones que América escogía, 
y la curiosidad de los hombres de 
Estado. Europa, recién convalecida 
del trastorno en que la revolución 
francesa puso a casi todas las 
monarquías, encontró en la 
revolución de América del Sur un 
espectáculo semejante al que poco 
antes de los tumultos de París había 
fijado sus ojos en la del Norte, pero 
más grandioso todavía, porque la emancipación de las colonias 
inglesas no fue sino el principio del 
gran poder que iba a elevarse de 
este lado de los mares, y la de las 
colonias españolas debe 
considerarse como su 
complemento.

Un acontecimiento tan importante, 
y que fija una era tan marcada en 
la historia del mundo político, 
ocupó la atención de todos los 
Gabinetes y los cálculos de todos 
los pensadores. No ha faltado 
quien crea que un considerable 
número de naciones colocadas 
en un vasto continente, e 
identificadas en instituciones y en 
origen, y a excepción de los 
Estados Unidos, en costumbres 
y religión, formarán con el tiempo 
un cuerpo respetable, que equilibre
la política europea y que, por el 
aumento de riqueza y de población
y por todos los bienes sociales 
que deben gozar a la sombra de 
sus leyes, den también, con el 
ejemplo, distinto curso a los 
principios gubernativos del Antiguo 
Continente. Mas pocos han dejado 
de presagiar que, para llegar a este 
término lisonjero, teníamos que 
marchar por una senda erizada de 
espinas y regada de sangre; que 
nuestra inexperiencia en la ciencia 
de gobernar había de producir 
frecuentes oscilaciones en nuestros 
Estados; y que mientras la sucesión 
de generaciones no hiciese olvidar 
los vicios y resabios del coloniaje, 
no podríamos divisar los primeros 
rayos de prosperidad.

Otros, por el contrario, nos han 
negado hasta la posibilidad de 
adquirir una existencia propia a la 
sombra de instituciones libres que 
han creído enteramente opuestas 
a todos los elementos que pueden 
constituir los Gobiernos 
hispanoamericanos. Según ellos, 
los principios representativos, que 
tan feliz aplicación han tenido en 
los Estados Unidos, y que han 
hecho de los establecimientos 
ingleses una gran nación que 
aumenta diariamente en poder, 
en industria, en comercio y en 
población, no podían producir el 
mismo resultado en la América 
española. La situación de unos y 
otros pueblos al tiempo de adquirir 
su independencia era esencialmente 
distinta: los unos tenían las 
propiedades divididas, se puede decir, 
con igualdad, 
los otros veían la propiedad 
acumulada en pocas manos. Los 
unos estaban acostumbrados al 
ejercicio de grandes derechos 
políticos al paso que los otros no los 
habían gozado, ni aun tenían idea de 
su importancia. Los unos pudieron dar 
a los principios liberales toda la latitud 
de que hoy gozan, y los otros, aunque emancipados de España, tenían en 
su seno una clase numerosa e influyente, 
con cuyos intereses chocaban. Estos han 
sido los principales motivos, porque han afectado desesperar de la consolidación 
de nuestros Gobiernos los enemigos de nuestra independencia.

En efecto, formar constituciones políticas 
más o menos plausibles, equilibrar ingeniosamente los poderes, proclamar garantías y hacer ostentaciones de 
principios liberales, son cosas bastante 
fáciles en el estado de adelantamiento 
a que ha llegado en nuestros tiempos 
la ciencia social. Pero conocer a fondo 
la índole y las necesidades de los 
pueblos a quienes debe aplicarse la legislación, desconfiar de las 
seducciones de brillantes teorías, 
escuchar con atención 
e imparcialidad la voz de la experiencia, sacrificar al bien público opiniones 
queridas, no es lo más común en la 
infancia de las naciones y en crisis en 
que una gran transición política, como 
la nuestra, inflama todos los espíritus. Instituciones que en la teoría parecen 
dignas de la más alta admiración, por 
hallarse en conformidad con los 
principios establecidos por los más 
ilustres publicistas, encuentran, para 
su observancia, obstáculos invencibles 
en la práctica; serán quizá las mejores 
que pueda dictar el estudio de la política 
en general, pero no, como las que Solón 
formó para Atenas, las mejores que se 
pueden dar a un pueblo determinado. 
La ciencia de la legislación, poco 
estudiada entre nosotros cuando no 
teníamos una parte activa en el 
gobierno de nuestros países, no podía 
adquirir desde el principio de nuestra emancipación todo el cultivo necesario, 
para que los legisladores americanos hiciesen de ella meditadas, juiciosas 
y exactas aplicaciones, y adoptasen, 
para la formación de las nuevas constituciones, una norma más segura 
que la que pueden presentarnos 
máximas abstracciones y reglas 
generales.

Estas ideas son plausibles; pero su exageración sería más funesta para 
nosotros que el mismo frenesí 
revolucionario. Esa política asustadiza 
y pusilánime desdoraría al patriotismo americano; y ciertamente está en 
oposición con aquella osadía 
generosa que le puso las armas en 
la mano, para esgrimirlas contra la 
tiranía. Reconociendo la necesidad de adaptar las formas gubernativas a las localidades, costumbres y caracteres nacionales, no por eso debemos 
creer que nos es negado vivir bajo el amparo de instituciones libres y 
naturalizar en nuestro suelo las 
saludables garantías que aseguran 
la libertad, patrimonio de toda 
sociedad humana que merezca 
nombre de tal. 
En América, el estado de 
desasosiegoy vacilación que ha 
podido asustar a los amigos de la humanidad es puramente transitorio. Cualesquiera que fuesen las circunstancias que acompañasen 
a la adquisición de nuestra 
independencia, debió pensarse 
que el tiempo y la experiencia irían rectificando los errores, la 
observación descubriendo las inclinaciones, las costumbres y 
el carácter de nuestros pueblos, 
y la prudencia combinando todos 
estos elementos, para formar con 
ellos la base de nuestra organización. Obstáculos que parecen invencibles desaparecerán gradualmente: los principios tutelares, sin alterarse en 
la sustancia, recibirán en sus formas externas las modificaciones 
necesarias, para acomodarse a la posición peculiar de cada pueblo; y tendremos constituciones estables, 
que afiancen la libertad e 
independencia, al mismo tiempo 
que el orden y la tranquilidad, a 
cuya sombra podamos consolidarnos 
y engrandecernos. Por mucho que 
se exagere la oposición de nuestro 
estado social con algunas de las instituciones de los pueblos libres, 
¿se podrá nunca imaginar un 
fenómeno más raro que el que 
ofrecen los mismos Estados 
Unidos en la vasta libertad que 
constituye el fundamento de su 
sistema político y en la esclavitud 
en que gimen casi dos millones
de negros bajo el azote de crueles propietarios? Y sin embargo, aquella nación está constituida y próspera.

Entre tanto, nada más natural que 
sufrir las calamidades que afectan 
a los pueblos en los primeros 
ensayos de la carrera política; 
mas ellas tendrán término, y 
América desempeñará en el mundo 
el papel distinguido a que la llaman 
la grande extensión de su territorio, 
las preciosas y variadas 
producciones de su suelo y tantos elementos de prosperidad que 
encierra.

Durante este período de transición, 
es verdaderamente satisfactorio 
para los habitantes de Chile ver 
que se goza en esta parte de 
América una época de paz que,
ya se deba a nuestras instituciones, 
ya al espíritu de orden que 
distingue el carácter nacional, 
ya a las lecciones de pasadas desgracias, ha alejado de 
nosotros escenas de horror que han afligido a otras secciones 
del continente americano. 
En Chile están armados los pueblos por la ley; pero hasta 
ahora esas armas no han
servido sino para sostener 
el orden y el goce de 
los más preciosos bienes 
sociales; y esta consoladora observación aumenta en 
importancia al fijar nuestra 
vista en las presentes circunstancias, en que se 
ocupa la nación en las 
elecciones para la primera magistratura. Las 
tempestuosas agitaciones 
que suelen acompañar a 
estas crisis políticas no 
turban nuestra quietud; los 
odios duermen; las pasiones 
no se disputan el terreno; la circunspección y la prudencia acompañan al ejercicio de la parte más interesante de los derechos políticos. Sin embargo, estas mismas consideraciones causan el desaliento y tal vez la desesperación de otros. Querrían que este acto fuese solemnizado con tumultos populares, que le presidiese todo género de desenfreno, 
que se pusiesen en peligro 
el orden y las más caras garantías... ¡Oh!, ¡nunca lleguen a verificarse en Chile estos deseos!

("El Araucano", 1836, Santiago de Chile)



La faceta periodística 
de Arthur Rimbaud


Arthur Rimbaud

París. (EFE).- Un artículo inédito del poeta francés Arthur Rimbaud, que prueba que el literato fue también periodista, ha sido descubierto por un joven cineasta que prepara una película documental sobre su vida.

La noticia del descubrimiento, publicada hoy por un diario de provincias, 'l'Ardennais', ha provocado una conmoción entre los especialistas y admiradores del poeta que sabían que Rimbaud había enviado artículos a un periódico cuando era adolescente, pero creían que ninguno había sido publicado.

Rimbaud escribió el artículo titulado 'Le Rêve de Bismark' (El sueño de Bismark) en 1870, a los 16 años, y lo envió al periódico 'Le Progrès des Ardennes', de su localidad natal de Charleville-Mézières (norte), con el pseudónimo de Jean Baudry.

El artículo fue encontrado por el citado cineasta, Patrick Taliercio, quien dio con el texto en la tienda de un anticuario encuadernador de la localidad que vendía el número antiguo del 'Progrès' con esta explicación: "diario con el que a Rimbaud le hubiera gustado colaborar".

Taliercio vio que en el ejemplar del 25 de noviembre de 1870 había un artículo firmado Jean Baudry, pseudónimo de Rimbaud. 'Le Rêve de Bismark', en el que Rimbaud muestra su cara patriótica, es un texto sobre la guerra entre la Francia de Napoleón III y la Prusia de Bismark, que se saldó con una victoria germana y el Tratado de Fráncfort, en virtud del cuál Alemania se anexionó las provincias Alsacia y Lorena.

En él Rimbaud describe a Bismark paseando un dedo "ganchudo" sobre el mapa y tratando de arañar con una "pequeña uña malvada...un gran punto negro" que es París. 

Texto de ' Le Rêve de Bismark' el 25 de noviembre de 1870:


C'est le soir. Sous sa tente, pleine de silence et de rêve, Bismarck, un doigt sur la carte de France, médite ; de son immense pipe s'échappe un filet bleu.
Bismarck médite. Son petit index crochu chemine, sur le vélin, du Rhin à la Moselle, de la Moselle à la Seine; de l'ongle il a rayé imperceptiblement le papier autour de Strasbourg ; il passe outre.
À Sarrebruck, à Wissembourg, à Woerth, à Sedan, il tressaille, le petit doigt crochu : il caresse Nancy, égratigne Bitche et Phalsbourg, raie Metz, trace sur les frontières de petites lignes brisées et s'arrête...
Triomphant, Bismarck a couvert de son index l'Alsace et la Lorraine ! Oh ! sous son crâne jaune, quels délires d'avare ! Quels délicieux nuages de fumée répand sa pipe bienheureuse!
Bismarck médite, Tiens ! un gros point noir semble arrêter l'index frétillant. C'est Paris.
Donc, le petit ongle mauvais, de rayer, de rayer le papier, de ci, de là, avec rage, enfin, de s'arrêter... Le doigt reste là, moitié plié, immobile.
Paris Paris ! Puis, le bonhomme a tant rêvé l'œil ouvert que, doucement, la somnolence s'empare de lui : son front se penche vers le papier ; machinalement, le fourneau de sa pipe, échappée à ses lèvres, s'abat sur le vilain point noir...
Hi! povero! en abandonnant sa pauvre tête, son nez, le nez de M. Otto de Bismarck, s'est plongé dans le fourneau ardent. Hi! povero! va povero! dans le fourneau incandescent de la pipe... hi ! povero ! Son index était sur Paris! Fini, le rêve glorieux!
Il était si fin, si spirituel, si heureux, ce nez de vieux premier diplomate!
Cachez, cachez ce nez!
Eh bien! mon cher, quand, pour partager la choucroute royale, vous rentrerez au palais (...) avec des crimes de... dame (...) dans l'histoire, vous porterez éternellement votre nez carbonisé entre vos yeux stupides!
Voilà ! Fallait pas rêvasser!



José Saramago: 
Un poeta que germina




 

Entrevista Elmer l. Menjívar

¿Se puede ir del pecado a la poesía y volver ileso? Quizá en las letras de José Saramago esté la respuesta de tan idílica inquietud.

Su primera novela la escribió a los 25 años; la tituló A viúva (La viuda), pero la editorial la publicó bajo el nombre de Tierra de pecado, en 1947. “No eran cosas vividas, eran cosas que resultaban más de las lecturas hechas que de una experiencia propia”, dijo años más tarde el escritor.

Luego, pasó 20 años sin publicar, por considerar que “no tenía nada que decir” durante ese tiempo.

Y fue hasta finales de los sesenta que se presentó con dos poemarios: Los poemas posibles (1966) y Probablemente alegría (1970), ambos parte de un ciclo que completaría, en 1975, con otro de sus textos llamado El año 1993.

Lúcido. José Saramago dota de calma y lucidez cualquier charla. Se instala obediente a su propio mandato de usar la palabra para llegar al mundo: se dispone, con calma y sorteando el cansancio, a responder.

Para él no hay ideas que no se puedan poner en duda. Sabe que el mundo lo escucha y no le intimida el escándalo que sus palabras suelen provocar.

Le resta gravedad a todas las poses y honores. Habla despacio, sin titubeos ni sobresaltos, pero muy preocupado de que sus argumentos fluyan como la luz, que iluminen.

Afuera, San Salvador está gris y llueve. Adentro, un hombre.



¿Cuánto pesa un Premio Nobel al momento de escribir?

Cuando se trata de escribir, en mi caso no pesa. Podría llegar a ocurrir que después del premio Nobel, por el hecho mismo de la importancia que tiene, uno se sintiera intimidado. Puede ser un poco inhibidor, pero yo no he sentido esa amenaza. Desde 1998 para acá he publicado cuatro novelas y una obra de teatro.



Algo curioso es que aunque sea un Nobel de Literatura, de lo que menos se habla con usted es de literatura.

Si yo tengo que dar una justificación a eso sería que de mi literatura hablo en mis libros, ellos son literatura, y, por tanto, siendo el caso, me tocaría explicar y exponer qué es lo que intenté expresar en ellos. Pero la verdad es que si el mundo está como está, para mí, pasar una hora o dos hablando de literatura es un poco extraño. Además, si yo tengo que hablar de lo que hago en mis libros, inevitablemente son ellos mismos los que me llevan a hablar del mundo, de la vida, del rumbo que lleva todo. Y quizá no cumpla mis obligaciones como escritor, pero cumplo de manera satisfactoria mis obligaciones de ciudadano. Y según yo lo entiendo, ciudadano y escritor van pegados uno al otro, y cuando habla uno también habla el otro.



Pero su prioridad parece ser el ciudadano.

La literatura no creo que pueda hacer gran cosa. Uno piensa en las grandes obras maestras que se escribieron en el pasado: si eso pesara en el funcionamiento de la sociedad humana, tendríamos seguramente otro tipo de sociedad. No vamos a pedir a la literatura más de lo que pueda dar, que no es poco, porque, además de momentos de distracción, también los da de reflexión.



¿Sobre qué quiere usted que reflexione quien lo lee?

Creo que hay una cuestión central: la democracia. No podemos seguir llamando democracia a un sistema que sólo es aparentemente bueno.



¿Hay algún límite entre literatura y política que le preocupe cruzar?

Cuando se está escribiendo una obra creo que se tiene que poner un porcentaje del compromiso político. Porque el escritor hace su obra con sus propias ideas, su propia ideología, y eso se va a expresar en todo lo que escriba.



Pero habrá límites que guardar.

Lo malo es cuando el autor decide utilizar la literatura para difundir una ideología. Por una razón muy sencilla: la ideología no necesita que el escritor decida a qué hora pasarla a la obra literaria. La ideología se encontrará en la obra literaria con toda la naturalidad de la expresión del autor. Lo malo es cuando hay una preocupación porque la ideología se vuelva visible en la obra literaria. No gana ni la literatura ni la ideología. Era Engels quien decía que cuanto menos se note la ideología en la obra literaria, mejor será.



DEL MUNDO Y EL PODER

“¿Qué clase de mundo es este que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?”

“Cada vez más, los gobiernos se convierten en simples comisarios, empleados que obedecen las órdenes de sus superiores. El poder real es otra cosa. Es financiero y económico”.



SOBRE NOSOTROS

“Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”.

“Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver pero no miran”.

“No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose”.



REVOLUCIÓN

“Claro que hay una vieja frase que dice que si a los 18 no eres un revolucionario, no tienes corazón, pero si a los 40 sigues siendo revolucionario, no tienes cabeza. Y eso significa que es inevitable que la entrada en la edad adulta convierte a ese chico generoso, solidario, en un señor muy preocupado por su coche y por su segunda vivienda. No es que no tenga derecho al coche ni a la segunda vivienda, incluso a una tercera vivienda, pero ese señor ha vuelto la espalda —no quiero decir retóricamente a sí mismo— a cosas en las que creía. Y la pregunta es: ¿por qué es que ha dejado de creer en eso?”



DE LA LITERATURA

“Ni el arte ni la literatura tienen que darnos lecciones de moral. Somos nosotros los que tenemos que salvarnos, y sólo es posible con una postura ciudadana ética, aunque pueda sonar a antiguo y anacrónico”.

“La alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve. Los escritores y artistas trabajamos en las tinieblas, y como ciegos tanteamos la oscuridad”.



CONCEPTO DE SÍ MISMO

“Tengo una mala noticia para ustedes, no soy un utopista. El concepto no sólo es inútil, sino que lo coloco en el mismo nivel de que cuando morimos todos vamos al paraíso (…) Para los millones de personas que viven en la miseria, la palabra utopía no significa rigurosamente nada”.

Tomado de La Prensa Gráfica.  
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"TENEMOS QUE 
SER CAPACES"


(José Donoso)


Por Waldemar Verdugo Publicado en VOGUE


DonosoDonosoDonoso



Por Waldemar Verdugo
Publicado en



Lo he conocido hace veinte años, y está igual de buena gente que lo recordaba. Entonces lo fui a ver para invitarlo a un programa que hacíamos en vivo para Radio Santiago, con Ramón Angel Gotor. Accedió de inmediato y pasé a buscarlo a su casa, terminamos el programa y luego me invitó a que nos instaláramos en un bar de Providencia, donde pasamos toda esa tarde de domingo. Entonces estaba de paso en Chile, rompiendo algunos días su exilio de años. Lo primero que llama la atención en José Donoso es su afabilidad, no es irónico y a las cosas las llama por su nombre. "No hay dobleces en Donoso" comenté al final de aquel programa. Y pienso igual ahora, luego de verlo para esta nota a propósito del éxito en México de su novela "El obsceno pájaro de la noche", que precede a la ubicación privilegiada que alcanza ahora la película "El lugar sin límites", de Arturo Ripstein, basada en su novela del mismo nombre.
"El obsceno pájaro de la noche", la novela más traducida de José Donoso, es, según el epígrafe de Henry James que encabeza la obra, el ave que canta en ese trágico bosque de tinieblas que todos llevamos dentro. Por fuera, el escenario es una antigua casa de ejercicios espirituales, un laberinto que se fue desmoronando solo, y que sirve de asilo donde las aristócratas damas de Santiago envían a sus viejas criadas, ya exprimidas e inútiles, a terminar sus días. Es la historia de gentes que hoy son puro deshecho de quienes sirvieron toda la vida, que saben de soledades y verguenzas que otros no soportan. La acción retrocede a los amos de estas esclavas del siglo XX: nos lleva a historias de miserias íntimas protagonizadas por familias de la aristocracia de Santiago, sobre todo la familia Azcoitía, de la estirpe fundadora de la casa-asilo. El Mudito, antiguo secretario de los Azcoitía, ex escritor y hoy criado inservible, es la conciencia desde la que se proyecta y narra la novela. En ese lugar donde la gente no importa, en ese reino de desencanto es donde grazna el obsceno pájaro de la noche, que penetra no sólo en los sucesos protagonizados por las asiladas sino, también en la historia íntima de los Azcoitía, en sus amores y reproducciones.
Como todas sus obras, en fin humanistas, en "El obsceno pájaro de la noche" el eje de toda su estructura dramática descansa en la esperanza del nacimiento de un niño milagroso, que dará a luz secretamente una huérfana del asilo, y que salvará a sus habitantes de la destrucción. Todo inmerso en un mundo alucinante, soberbiamente creado. José Donoso vivió su infancia en la abundancia de cosas, aproximándose temprano al mundo adulto, influenciado naturalmente al descontento. Sin embargo, él en su trato común es muy divertido, conforme con el mundo.
Es cierto que sus movimientos son más lentos, pero su mente, los avances de su pensamiento a medida que habla, son imposibles de alcanzar. Se ve resignado. Vive en una sólida casona de tres pisos en un barrio elegante de Santiago, sin estrechez. En su estudio veo una foto de sus padres, bellamente enmarcada, sin embargo, su primer libro lo dedicó a la empleada que lo crió: Teresa Vergara, una mujer inteligentísima que no sabía leer ni escribir, pero que había acompañado a la familia varias veces a Europa y le encantaba ir a la Scala de Milán. Dice Donoso:
-Retengo momentos de gran afectividad con respecto de mi familia y mi nana Teresa, junto a la chimenea. Después busqué siempre casas con chimenea. Mi madre no hacía nada; estaba dedicada a sus parientes, a sus pobres, a sus empleadas...en mi casa había generalmente más empleadas que personas de la familia, lo que era natural en la época. Tenía una habitación para mí y me daba lo mismo dormirme solo. Viví en un ambiente seguro y protegido.
-¿Con qué más relacionaría el despertar de su infancia?
-Con el placer de existir, con una vida feliz, con eso relaciono mi infancia. Toda la gente no ha tenido mi suerte, y yo lamento no haber podido dar a mi hija una niñez así, eso lo siento. Pero a mi familia sólo he podido darle lo que he ganado con mis libros; entonces, por cierto que mi hija no creció en la abundancia, pero tampoco nos ha faltado mucho. Ahora que soy abuelo tengo la dicha de verla con su propia familia, y junto con María Pilar, mi mujer, sentimos que hemos salvado la vida...
...no me canso de decir que mi mujer me dio el amor cuando yo lo creía todo perdido: estaba próximo a cumplir cuarenta años y creía que no había futuro posible o amor para mí, pero no, la conocí...en el aspecto amoroso, antes de conocerla, sólo hice el ridículo. La primera vez que me enamoré fue de una prima, la Marita Donoso; yo tenía ocho años, y aconsejado por mis primos mayores le declaré mi amor en un paseo al campo. Ella se rió de mí, y todos los primos, que estaban escuchandp ocultos entre los matorrales...desde entonces me sentía ridículo cuando me enamoraba y sufría solo, hasta que llegó a mi vida María Pilar.
Si uno le pregunta si es feliz, responde: "Feliz no, es muy fuerte; la felicidad sólo se vive a rachas. Pero estoy contento". Donoso, a su manera, dio una especie de ajuste de cuentas al exilio latinoamericano, cuando, en los ochentas, mientras muchos escritores abandonaban sus países, él vino de vuelta a Chile, luego de veinte años en el extranjero. Siempre se ha negado a hablar al respecto: "¿Por qué habría alguien de excusarse por llegar a su propio hogar?. No ha sido fácil adaptarme, ha significado un lento proceso de una década. Es un proceso duro, pero logré superarlo. El tiempo, al final, lo supera todo. Ahora sólo los viajes esporádicos me mueven de Santiago. Yo de chico me fui de la casa varias veces. A los veinte me fui a la Patagonia a trabajar de pastor, pero me rechazaron muy al sur...por la imagen de señorito que veían en mí. En Europa a nadie importa la apariencia, para ellos nada significan las señas exteriores: en eso son menos primitivos que nosotros. Aunque ya parece que se nos están quitando esas manías de juzgar a la gente por lo que parece ser, en Chile ya casi no suponemos nada...Ahora se han muerto una a una las razones que me impulsaron a volver. Terminaron de morir mis padres, y murió la Nana Teresa y dos meses después también se vendió la casa en que nací...Asi es que cuando ya nada me ataba, es que elegí quedarme por puro placer, porque quiero estar y nada más. Me han tratado bien mis compatriotas, y tengo una deuda de gratitud con ellos".
Recibió en 1990 el Premio Nacional de Literatura chileno, que estipula una cantidad considerable y una pensión mensual vitalicia que le permite escribir tranquilo. Después de superar una sorpresiva enfermedad que lo atacó durante un viaje a España, hace unos meses, hoy se le ve bien: "Me gusta estar aquí, Chile pasa por un momento interesante; estamos alejados aún de temas decisivos como el ecológico, por ejemplo, pero me gusta sentirme en mi país. El éxito no es suficiente si se vive en tierra ajena". Se le ve intacta la mirada inquisitiva de ojo verde pequeño. Se expresa con esa manera de hablar propia de la aristocracia chilena, que se come las letras (aunque no le escapa una sola en sus libros). Su trato es cálido, como el del hombre libre. Se lo digo y comenta:
-De hecho, la libertad es uno de mis temas preferidos.
-¿Disfraza la libertad en sus novelas?
-Nunca planifico tan deliberadamente las cosas, simplemente me dejo llevar por el desarrollo y las lineas de conducta. Pautas para escribir no sigo, llegan desde el fondo, imponiéndose y definiendo mi personalidad. Me preocupa, por ejemplo, la libertad en la etapa de la vejez del hombre, y lo he tratado en "Coronación", por ejemplo.
-Que es la historia de una anciana extravagante atendida por otras dos viejas sirvientas.
-Misia Elisa Grey de Abalos, una aristócrata adinerada que va sumergiéndose en la locura, pasando por épocas de violencia verbal, soeces, que envenenan la vida de sus pocos familiares. Vive agazapada en su cuarto, suntuoso y decrépito, donde dos viejas sirvientas, insensibles a su influencia malévola de su maestra, mantienen un aquelarre que pretendí altamente irrisorio.
-Preparando puntualmente recepciones a las que no llega nadie, y al final coronando a la anciana para su fiesta, en una noche de brujas que terminará por matar a la mala mayor, al final de un ritual descabellado, que hace pensar en el cine de Fellini...
-¿Te parece?. Yo las concebí como mujeres que al final de su vida, solas, ejercen su libertad. En mis novelas la gente marginal siempre es libre. Porque es lo que creo: a pesar de los avatares del mundo exterior, nunca se podrá doblegar el espíritu. Por lo demás el exterior simpre cambia, todo cambia, justamente por esa relación que hay entre lo de adentro y lo de afuera, la casa por dentro y su relación con el exterior a ella. Por eso siempre hay casas en mis novelas, las casas son las reglas, el afuera es la libertad.
-En su novela "Casa de campo" ¿es lo que expresa?
-En "Casa de campo" se levanta la reja y el afuera invade el jardín...es una historia de gentes comunes y corrientes. Cuando escribo, siento la presencia de las personas a mi alrededor; percibo a la gente, la siento y eso me hace menos ignorante. Por lo demás, de la vida lo que más me gusta es, justamente, la gente. Yo creo en la honradez, en la solidaridad humana, creo en la palabra. Mi búsqueda más remota siempre ha sido una cosa: el lenguaje. A medida que me fui haciendo viejo, mi búsqueda del lenguaje se hizo más consciente, lo que me permitió experimentar con él.
-¿A qué conclusiones ha llegado?
-Creo que la palabra está en todo. Es irremediable. Y no muy grato si pienso que a mi edad, finalmente, vengo a descubrir que ya casi no hay un lugar sin límites, porque a los setenta a un hombre su tiempo se le cierra irremediablemente. Quisiera no creer que el más allá son sólo palabras, que Dios también sea una palabra...
-Ahora lo noto descontento...
-No. Hace mucho tiempo ya que acepté el descontento como parte esencial de la vida. La decepción nos iguala a todos los humanos, porque los poderosos ́son grandes decepcionados. Y eso puede ser una clave, que cuando la entendí pensé: "si voy a vivir decepcionado en el extranjero, es mejor vivir decepcionado en Chile". Y aquí estoy. Me acompaña mi mujer, veo a mis nietos, a mis hijos y siempre estoy escribiendo, siempre tengo un proyecto.
-¿Cuánto reescribe?
-Reescribo diez veces el texto; una y otra vez lo leo, lo rehago, lo reelaboro y lo voy haciendo de nuevo en la máquina. Puedo escribir un día completo, o toda la noche, desde las ocho a las nueve de la mañana siguiente, sin cansarme.
-¿Cómo llega a concebir una novela?
-Yo simplemente escribo novelas, no las explico, ni su causa o fin. Sólo eso. Tampoco la tomo como una especie de catarsis, o como un exorcismo. Sólo escribo: nada premeditado. No me digo: ahora voy a escribir una novela en esta tesitura o en esta forma, sino que la novela va adquiriendo su vida sola; una novela se va gestando a sí misma; se gesta desde adentro hacia afuera; impone su tono, su forma, las palabras mismas de las que se nutre, con las que se crea a sí misma. Yo creo que una novela se autoescribe, al final se inventa ella sola. Uno presta su cuerpo, sus manos, su espíritu, pero la novela al final es del lector, no de uno.
-Se habla de una crisis de la novela, ¿lo cree usted?
-Creo que se habla de crisis de la novela desde el año 1902. H.G. Wells habló de eso entonces, que se había llegado al final de la novela. Y muchos otros lo han venido afirmando. ¡Yo no lo creo! Sería como decir que hemos llegado al final de la escritura, y yo tengo vocación de eternidad, por eso escribo. Yo creo que la novela aún es una chica joven.
-¿Con el tiempo y la práctica se adquiere mayor facilidad para escribir, mayor oficio?
-Por supuesto. La escritura es un aprendizaje, uno va enseñándose métodos, aciertos, motivos. Yo he tenido que llegar a esta edad para declarar que me es posible tramar una novela, me es más fácil escribir. Digamos que sólo ahora puedo decir que se agarrar muy bien una serie de palabras e hilar como una trenza con ellas. Ya no se me van las hebras, aunque siempre el resultado final pertenece a la obra misma, como hemos dicho.
-Ultimamente ha llamado la atención en sus entrevistas una abierta protesta a las políticas de preservación del medio ambiente.
-Así es. Otra de las cosas que me gustan de estar en Chile, es que aquí sí puedo protestar, porque un extranjero protestando no se ve muy bien...Aunque, ambientalmente, todo el mundo está destruyéndose a sí mismo, no es sólo un problema en Chile. Debemos entender que la Tierra es la casa de todos. Cuando se hace limpieza, ¿no se comienza con la casa? Creo que debemos urgentemente limpiar nuestra casa. Mi generación santificó los adelantos científicos y el desarrollo tecnológico: ahora creo que quizás nos equivocamos y la ciencia adelantada está dejando de lado lo primordial, que es preservar el medio ambiente. Hay que repensar todo si queremos salvar a la humanidad. No se trata de retroceder, sólo de cambiar el rumbo en una dirección más humana, centrada en el espíritu más que en el consumo. No debemos olvidar lo eterno, la Tierra misma.
-¿Seremos capaces de lograrlo?
-Tenemos que ser capaces.


REVISTA DE LIBROS
(de El Mercurio) 

Sábado 9 de Octubre de 1999

Los Araucanos y
sus Costumbres

ESTE libro de Pedro Ruiz Aldea es el segundo que publica la Municipalidad de Concepción en su Biblioteca de autores penquistas, colección que pretende poner al alcance del público regional, en forma gratuita, el extenso y rico patrimonio literario e histórico del Biobío. Esta iniciativa es la primera a nivel local que edita textos de interés para la identidad de la zona, agotados desde hace más de un siglo. La versión de este libro corresponde a la de 1868. Antonio Alvarez Bürger, editor de la colección, anota detalladamente las ediciones del texto, las menciones de la obra que hacen distintos investigadores y la biografía de este desconocido autor liberal, nacido en Los Angeles.

Con sus artículos sobre los araucanos, Ruiz Aldea da forma a este libro justo en un momento en que el tema de la Araucanía está en plena discusión. Indica que Ni Arauco es el Arauco de Ercilla, ni tampoco una nación bárbara..., planteando así las visiones opuestas que existían sobre este pueblo desde la Conquista. Durante la Colonia la imagen del mapuche fue positiva desde Pedro de Valdivia; con Ercilla se convirtió en indeleble, y con Pineda y Bascuñán llegó al clímax. Sin embargo, aunque la mayoría de los cronistas continúan esa línea apologética, algunos difieren, dando un tono sombrío a sus descripciones, como González de Nájera, Carvallo y Goyeneche y José Pérez García. Con la República y el Positivismo las cosas cambian y los historiadores descorren el velo sobre los araucanos, calificándolos negativamente en la segunda mitad del siglo, a pesar de la opinión contraria de los viajeros de años anteriores. Esta visión negativa la intentará borrar Nicolás Palacios a comienzos del siglo XX, en su Raza chilena, y otros continúan esa tarea en años recientes.

Ruiz Aldea trata de mediar entre la imagen del Leviatán y el canto al buen salvaje, propio del romanticismo, refiriéndonos las conveniencias de la incorporación de este pueblo a la república, describiendo también sus casas, comidas, juegos, industria, comercio, hospitalidad, funerales, matrimonios y sus relaciones con sus hijos y mujeres. Sin embargo, a pesar de su tinte positivo, a su juicio la araucana es una esclava ¡casándose va a arrastrar una cadena que sólo la liberta la tumba!. Pero para matizar esta visión negativa, hace una analogía con la mujer española y nos recuerda que sometida a igual esclavitud sería calificada como hacendosa. Hay en este libro un tono de actualidad que sorprende, y por lo mismo vale la pena leerlo, a pesar de la distancia de más de un siglo.

Valeria Maino


 






El escritor venezolano 
Edgar Borges acaba de

publicar su más reciente 
título, ¿Quién mató al

doble de Edgar Allan Poe?, 
en una edición
bilingüe 
en español e inglés que, 
disponible en
Internet 
en la dirección www.letralia. 
com/poe, 
puede ser 
adquirida en formato 
digital desde la
web de la 
venezolana Editorial Letralia

y que
además llegará a las 
librerías en versión impresa

que será publicada en junio 
por la editorial
española 
Grup Lobher.

 

Una incursión en el universo 
narrativo del autor
de 
El cuervo, el libro relata en 
clave de ficción
el 
enfrentamiento entre Poe y 
su doble, así como
el 
misterio que encierra la 
muerte de este
último. 
Combinando los extremos 
entre los cuales
solía 
balancearse la obra de Poe 
­de lo místico y
metafísico 
de sus relatos fantásticos 
hasta lo
preciso y calculador 
de su particular concepción

del relato policial­, Borges 
logra una historia a

la vez redonda y oscura, en 
un digno homenaje al

autor gótico justo cuando se conmemoran los

doscientos años de su 
nacimiento.

 

Ilustrado por el asturiano 
Paulino Ángel Martín

Ndivoadiso y con prólogos de 
los reconocidos
escritores 
españoles Ricardo Menéndez 
Salmón y
Vicente Luis Mora, 
el libro, de 77 páginas,
incluye 
el relato original en español y 
la
traducción al inglés, realizada 
por Lindsey
Cordery y Raquel 
de León con el título

Who Killed Edgar Allan Poe’s 
Double?

 

“Escrito en un excelente estilo, respetuoso con el magno 
trabajo y el legado de Edgar 
Allan Poe,
este relato de Edgar 
Borges es una buena muestra

de la última narrativa española tardomoderna” , dice Mora en 
el segundo de los prólogos.

 

Nacido en Caracas en 1966, 
Borges es escritor y
periodista, 
y se dio a conocer en España ­
donde
reside­ en 2008, cuando 
su novela ¿Quién mató a

mi madre? se convirtió en 
finalista del III
Premio 
Nacional de Novela Ciudad 
Ducal de
Loeches. 
Autor de la radioserie 
La
fuga de don
Quijote, 
transmitida en 2005 
por Radio Exterior
de España 
en el marco del IV Centenario 
del
Quijote, ha publicado 
además los libros de
relatos 
Sueños desencantados, 
Mis días debajo de
tu falda 
y El vuelo de Caín y otros 
relatos, así
como la novela La monstrua, la mujer que jamás

invitaron a bailar, y el monólogo 
Lavoe contra
Lavoe, la tragedia 
del cantante.




Fotografia UNAMUNO, MIGUEL DE

(Miguel de Unamuno)


Mi Religión

Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso —y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos— propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica.

Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él.

En el orden de la pura especulación filosófica, es una precipitación el pedirle a uno soluciones dadas, siempre que haya hecho adelantar el planteamiento de un problema. Cuando se lleva mal un largo cálculo, el borrar lo hecho y empezar de nuevo significa un no pequeño progreso. Cuando una casa amenaza ruina o se hace completamente inhabitable, lo que procede es derribarla, y no hay que pedir se edifique otra sobre ella. Cabe, sí, edificar la nueva con materiales de la vieja, pero es derribando antes ésta. Entretanto, puede la gente albergarse en una barraca, si no tiene otra casa, o dormir a campo raso.

Y es preciso no perder de vista que para la práctica de nuestra vida, rara vez tenemos que esperar a las soluciones científicas definitivas. Los hombres han vivido y viven sobre hipótesis y explicaciones muy deleznables, y aun sin ellas. Para castigar al delincuente no se pusieron de acuerdo sobre si éste tenía o no libre albedrío, como para estornudar no reflexiona uno sobre el daño que puede hacerle el pequeño obstáculo en la garganta que le obliga al estornudo.

Los hombres que sostienen que de no creer en el castigo eterno del infierno serían malos, creo, en honor de ellos, que se equivocan. Si dejaran de creer en una sanción de ultratumbas no por eso se harían peores, sino que entonces buscarían otra justificación ideal a su conducta. El que siendo bueno cree en un orden trascendente, no tanto es bueno por creer en él cuanto que cree en él por ser bueno. Proposición ésta que habrá de parecer oscura o enrevesada, estoy de ello cierto, a los preguntones de espíritu perezoso.

Y bien, se me dirá, «¿Cuál es tu religión?» Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible —o Incognoscible, como escriben los pedantes—ni con aquello otro de «de aquí no pasarás». Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.

«Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», nos dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión.

Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.

En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo, no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional. Tengo, sí, con el afecto, con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo sin atenerme a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana. Considero cristiano a todo el que invoca con respeto y amor el nombre de Cristo, y me repugnan los ortodoxos, sean católicos o protestantes —éstos suelen ser tan intransigentes como aquéllos— que niegan cristianismo a quienes no interpretan el Evangelio como ellos. Cristiano protestante conozco que niega el que los unitarios sean cristianos.

Confieso sinceramente que las supuestas pruebas racionales —la ontológica, la cosmológica, la ética, etcétera— de la existencia de Dios no me demuestran nada; que cuantas razones se quieren dar de que existe un Dios me parecen razones basadas en paralogismos y peticiones de principio. En esto estoy con Kant. Y siento, al tratar de esto, no poder hablar a los zapateros en términos de zapatería.

Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón.

Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y dos hacen cuatro.

Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero «quiero» saber. Lo quiero, y basta.

Y me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo. Sí, mi consuelo. Me he acostumbrado a sacar esperanza de la desesperación misma. Y no griten ¡Paradoja! los mentecatos y los superficiales.

No concibo a un hombre culto sin esta preocupación, y espero muy poca cosa en el orden de la cultura - y cultura no es lo mismo que civilización - de aquellos que viven desinteresados del problema religioso en su aspecto metafísico y sólo lo estudian en su aspecto social o político. Espero muy poco para el enriquecimiento del tesoro espiritual del género humano de aquellos hombres o de aquellos pueblos que por pereza mental, por superficialidad, por cientificismo, o por lo que sea, se apartan de las grandes y eternas inquietudes del corazón. No espero nada de los que dicen: «¡No se debe pensar en eso!»; espero menos aún de los que creen en un cielo y un infierno como aquel en que creíamos de niños, y espero todavía menos de los que afirman con la gravedad del necio: «Todo eso no son sino fábulas y mitos; al que se muere lo entierran, y se acabó». Sólo espero de los que ignoran, pero no se resignan a ignorar; de los que luchan sin descanso por la verdad y ponen su vida en la lucha misma más que en la victoria.

Y lo más de mi labor ha sido siempre inquietar a mis prójimos, removerles el poso del corazón, angustiarlos, si puedo. Lo dije ya en mi Vida de Don Quijote y Sancho, que es mi más extensa confesión a este respecto. Que busquen ellos, como yo busco; que luchen, como lucho yo, y entre todos algún pelo de secreto arrancaremos a Dios, y, por lo menos, esa lucha nos hará más hombres, hombres de más espíritu.

Para esta obra —obra religiosa— me ha sido menester, en pueblos como estos pueblos de lengua castellana, carcomidos de pereza y de superficialidad de espíritu, adormecidos en la rutina del dogmatismo católico o del dogmatismo librepensador o cientificista, me ha sido preciso aparecer unas veces impúdico e indecoroso, otras duro y agresivo, no pocas enrevesado y paradójico. En nuestra menguada literatura apenas se le oía a nadie gritar desde el fondo del corazón, descomponerse, clamar. El grito era casi desconocido. Los escritores temían ponerse en ridículo. Les pasaba y les pasa lo que a muchos que soportan en medio de la calle una afrenta por temor al ridículo de verse con el sombrero por el suelo y presos por un polizonte. Yo, no; cuando he sentido ganas de gritar, he gritado. Jamás me ha detenido el decoro. Y ésta es una de las cosas que menos me perdonan estos mis compañeros de pluma, tan comedidos, tan correctos, tan disciplinados hasta cuando predican la incorrección y la indisciplina. Los anarquistas literarios se cuidan, más que de otra cosa, de la estilística y de la sintaxis. Y cuando desentonan lo hacen entonadamente; sus desacordes tiran a ser armónicos.

Cuando he sentido un dolor, he gritado, y he gritado en público. Los salmos que figuran en mi volumen de Poesías no son más que gritos del corazón, con los cuales he buscado hacer vibrar las cuerdas dolorosas de los corazones de los demás. Si no tienen esas cuerdas, o si las tienen tan rígidas que no vibran, mi grito no resonará en ellas, y declararán que eso no es poesía, poniéndose a examinarlo acústicamente. También se puede estudiar acústicamente el grito que lanza un hombre cuando ve caer muerto de repente a su hijo, y el que no tenga ni corazón ni hijos, se queda en eso.

Esos salmos de mis Poesías, con otras varias composiciones que allí hay, son mi religión, y mi religión cantada, y no expuesta lógica y razonadamente. Y la canto, mejor o peor, con la voz y el oído que Dios me ha dado, porque no la puedo razonar. Y el que vea raciocinios y lógica, y método y exégesis, más que vida, en esos mis versos porque no hay en ellos faunos, dríades, silvanos, nenúfares, «absintios» (o sea ajenjos), ojos glaucos y otras garambainas más o menos modernistas, allá se quede con lo suyo, que no voy a tocarle el corazón con arcos de violín ni con martillo.

De lo que huyo, repito, como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paren alguna vez a oírme: «Y este señor, ¿qué es?» Los liberales o progresistas tontos me tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto, lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya cabeza es una olla de grillos. Pero nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios.

Y como el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a preguntarme: «Bueno; pero ¿qué soluciones traes?» Y yo, para concluir, les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado siempre agitar, y, a lo sumo, sugerir, más que instruir. Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento.

Hay amigos, y buenos amigos, que me aconsejan me deje de esta labor y me recoja a hacer lo que llaman una obra objetiva, algo que sea, dicen, definitivo, algo de construcción, algo duradero. Quieren decir algo dogmático. Me declaro incapaz de ello y reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la de contradecirme, si llega el caso. Yo no sé si algo de lo que he hecho o de lo que haga en lo sucesivo habrá de quedar por años o por siglos después que me muera; pero sé que si se da un golpe en el mar sin orillas las ondas en derredor van sin cesar, aunque debilitándose. Agitar es algo. Si merced a esa agitación viene detrás otro que haga algo duradero, en ello durará mi obra.

Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia.

Ya sabe, pues, mi buen amigo el chileno lo que tiene que contestar a quien le pregunte cuál es mi religión. Ahora bien; si es uno de esos mentecatos que creen que guardo ojeriza a un pueblo o una patria cuando le he cantado las verdades a alguno de sus hijos irreflexivos, lo mejor que puede hacer es no contestarles.

(Salamanca, 6 de noviembre de 1907)




Artículo

Filología

Por Mariano José de Larra

Supuesto que por la lengua pecamos, 
y que por ella hemos de morir, no será 
mucho que dediquemos a este ramo 
de la literatura algunas de nuestras 
tareas. Bien se deja conocer que la 
lengua es para un hablador lo que el 
fusil para el soldado; con ella se 
defiende y con ella mata. Tengamos, 
pues, prevenidas y en el mejor estado 
posible nuestras armas, y démosle a 
este fin un limpioncito de cuando en 
cuando.

Vayan, pues, hoy por hoy, para los 
aficionados a discurrir, un par de 
acertijos.

¿Qué entendemos cuando vemos 
impreso: «El embajador o ministro tal 
cerca de la corte de cual», etcétera?

¿Quiere decir que anda alrededor de 
aquella corte, sin poder nunca llegar a 
ella, como andaban las almas de los 
paganos cuyas exequias no se habían celebrado, en torno de la barca del 
viejo Caronte? ¿O padecen los pobres 
señores el tormento de la garrucha, 
que, como el lector sabe mejor que 
nosotros, consistía en colgar al paciente 
por los brazos, de suerte que tocasen 
las puntas de sus pies en el suelo al 
estirarse, pero sin poder nunca 
descansarlos en él, precisamente en la 
misma forma que dejó suspendido la pundonorosa Maritornes al hidalgo 
manchego del agujereado pajar? 
Nosotros no entendemos de otra 
manera aquello de andar cerca, y cierto 
que nos da verdadera lástima y dolor 
que unos señores de tal categoría se 
hallen en tan dificultosa posición. 
Líbreseles cuanto antes de aquel 
tormento, si es que somos cristianos, 
y lleguen ya por fin a sus cortes 
respectivas, y vivan en ellas como en 
tiempos de nuestros antepasados, que 
decían: «El embajador de Francia en la 
corte de España», etc. Porque si del 
que se halla en una corte se puede 
decir que está cerca de ella, ¿qué 
inconveniente habrá en que digamos 
que tenemos los ojos cerca de la cara 
y no en la cara?

No hace mucho tiempo que vimos 
en la representación de una comedia 
titulada No más mostrador la frase 
siguiente: «Si el ridículo que nos hemos 
echado encima no nos hace morir», etc. 
Y en muchas partes vemos 
continuamente repetido este galicismo.

¿Qué cosa es un ridículo que se echa 
uno encima? ¿Se usa en castellano 
como sustantivo la voz ridículo, ni quiere 
decir nada usada de esta manera? Si 
los jóvenes que se dedican a la literatura estudiasen más nuestros poetas 
antiguos, en vez de traducir tanto y tan 
mal, sabrían mejor su lengua, se 
aficionarían más de ella, no la embutirían 
de expresiones exóticas, no necesarias 
y serían más celosos del honor nacional.



José Martí

Ensayo

Mi Raza

Por José Martí

Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro. El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco que se envanece de serlo y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común. Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se la llama racismo, no importa que se la llame así, porque no es más que decoro natural y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país. Si se aleja de la condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava, puesto que los galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma; eso es racismo bueno, porque es pura justicia y ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante. Pero ahí acaba el racismo justo, que es el derecho del negro a mantener y a probar que su color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana.

El racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco? El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza; los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco.

En Cuba no hay temor a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla murieron por Cuba, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y de los negros. En la vida diaria de defensa, de lealtad, de hermandad, de astucia, al lado de cada blanco hubo siempre un negro. Los negros, como los blancos, se dividen por sus caracteres, tímidos o valerosos, abnegados o egoístas, en los partidos diversos en que se agrupan los hombres. Los partidos políticos son agregados de preocupaciones, de aspiraciones, de intereses y de caracteres. Lo semejante esencial se busca y halla por sobre las diferencias de detalle; y lo fundamental de los caracteres análogos se funde en los partidos, aunque en lo incidental o en lo postergable al móvil común difieran. Pero en suma, la semejanza de los caracteres, superior como factor de unión a las relaciones internas de un color de hombres graduado y en su grado a veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos. La afinidad de los caracteres es más poderosa entre los hombres que la afinidad del color. Los negros, distribuidos en las especialidades diversas u hostiles del espíritu humano, jamás se podrán ligar, ni desearán ligarse, contra el blanco, distribuido en las mismas especialidades. Los negros están demasiado cansados de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color. Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los hombres generosos y desinteresados se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco. La palabra racista caerá de los labios de los negros que la usan hoy de buena fe, cuando entiendan que ella es el único argumento de apariencia válida y de validez en hombres sinceros y asustadizos, para negar al negro la plenitud de sus derechos de hombre. Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro. Muchos blancos se han olvidado ya de su color, y muchos negros. Juntos trabajan, blancos y negros, por el cultivo de la mente, por la propagación de la virtud, por el triunfo del trabajo creador y de la caridad sublime.

En Cuba no hay nunca guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia. que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre.

Y en lo demás, cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza en negros y blancos.



El Laberinto de la Soledad

(Octavio Paz)

Paz

 












La mexicanidad y el mexicano en sí mismo ha sido siempre un constante cuestionamiento para escritores, poetas, sociólogos, cineastas y hasta pintores. ¿Qué somos, de donde venimos y hacia donde vamos? Octavio Paz, este gran literato y pensador mexicano se sumergió y se puede decir que hasta buceó en las raíces mismas de esta tierra mágica y mítica que es nuestro México y sus individuos con su particular manera de ser que al mismo tiempo se niega a ser. Somos un pueblo en eterna búsqueda de identidad y tratamos de disfrazar esa búsqueda con imágenes, símbolos, tradiciones, religión y máscaras. Por nuestras venas corren dos herencias muy fuertes la indígena y la española (aunque siempre una es más querida y aceptada que la otra), que aún después de tanto tiempo no hemos aprendido a reconciliar y nos sigue atormentando esa parte de la historia, es así como nos internamos en escabrosos laberintos siempre acompañados de una inevitable soledad, la soledad del mexicano que como dice Octavio Paz es un ser hermético que no se abre sino que se desgarra cuando deja salir su verdadero yo, de allí que seamos vislumbrados como personas de fuerte temple y de nobles sentimientos. Pero si de por sí el hombre mexicano genéricamente hablando es complicado, la mujer mexicana según Octavio Paz y a lo cual no estoy totalmente de acuerdo, es un verdadero enigma relegada a las sombras siempre en una actitud pasiva y resignada, tal vez a la mayoría de las mujeres se deben sentir ofendidas al ver como describe Paz a la mujer mexicana e indudablemente los tiempos son otros y las cosas han cambiado, por eso hay que contextualizar la obra de Octavio Paz en el tiempo en que fue escrita y quizá lo más rescatable es su sensibilidad, riqueza y profundidad para lograr entender y describir eso que llaman "Idiosincrasia" de un país y su gente. Por lo tanto en mi opinión personal, que desde luego es emitida desde el otro lado de la perspectiva, es que la mujer en México viene acarreando un sentimiento de inferioridad, muchas veces justificado, pero otras también exagerado por ellas mismas. La mujer contemporánea no sólo mexicana sino en general, desea ocupar los espacios que el hombre injustamente les ha venido negando a través de la historia. Como todo deseo de superación implica ambición, está no ha faltado en dichas aspiraciones, sin embargo se ha olvidado que al pedir una igualdad de derechos( muy justificada naturalmente), le conlleva también una igualdad de obligaciones. Es mi sentir que ambos sexos tienen por derecho natural, los mismos derechos y libertades que la ley les impute, más sin embargo, este aspecto no es así. La mujer es más protegida por la ley y la sociedad que el hombre, ya sea en materia laboral(por ser dadoras de vida), civil(divorcios) y hasta en algunos casos, penal. Ilustrando al respecto, menciono como ejemplo, la ley del Servicio Militar que estipula que todos los mexicanos*, que tengan 18 años o más deben de presentar su servicio militar, más sin embargo las mujeres gozan el ilegal privilegio de omitirlo, siendo que el artículo menciona muy claramente, todos los mexicanos, y así se podrían seguir citando ejemplos en donde las mujeres gozan de derechos que el hombre no. Por último en este interesante aspecto que Paz menciona en su libro, hago mención a las celebres frases del ex Presidente de la República que se encuentran plasmadas en una placa conmemorativa del Palacio de Gobierno, en Hermosillo , Sonora, en donde afirma “si una persona tiene una obligación sin tener un derecho, entonces esta siendo esclavizada, y si una persona tiene un derecho sin tener una obligación, entonces esta goza de privilegios”.

El segundo aspecto acerca de mi ensayo sobre la obra literaria en cuestión es que en la actualidad está obra es anacrónica y obsoleta, en muchos aspectos, recalcando esto último, ya que como todo tipo de avance de la sociedad, los aspectos mencionados por Paz, siguen imperando en comunidades rurales o bien de creencias arraigadas. Profundizando en este aspecto, quiero hacer mención a la época en que Paz plasmo estas ideas en su obra, haciendo referencia a que fueron en el año de 1950, donde la sociedad mexicana estaba sumergida en un diferente contexto del mexicano contemporáneo. En aquel entonces México se encontraba bajo el mandato del Presidente Miguel Alemán Valdés, quien con la creación de la ciudad Universitaria donde se encuentra la máxima casa de estudios de México(UNAM), se esforzaba por mejorar las condiciones intelectuales de la vida estudiantil quienes se perfilaban a ser los futuros, ahora pasados lideres de México. Es así entonces como Paz, mediante su profunda y existencial obra describe a una sociedad mexicana que se encontraba sumergido en el oscurantismo intelectual aunado con diversas ideas entremezcladas con tintes de folklore, cultura, normas y tradiciones que pueden ser hoy consideradas como anacrónicas.

Un aspecto que me desagrada en su totalidad por parte de algunos importantes pensadores, ya sea de la talla de Octavio Paz, es su generalizada concepción del mexicano. La población en México no es tan homogénea como se le considera, esta conformadas por personas descendientes de muy diversas culturas, como ya se dijo principalmente de la mezcla de españoles e indígenas, más sin embargo existe presencia de otras culturas Europeas y Asiáticas, y su prueba más notable es la diversidad de apellidos que se presentan en México. Otro aspecto que resulta fundamental y que es resultado del capitalismo, el neoliberalismo y la globalización es la marcada diferencia entre los diversos niveles socioeconómicos que divide a los mexicanos y que Paz no pudo haber considerado en su obra ya que los factores ya mencionados, le han dado un enfoque diferente a dichos problemas. Los mexicanos son resultado de la fusión de todos estos factores y por lo tanto es casi imposible poder encasillarlo en una definición.






El Discurso del Premio Nobel
de Literatura en 1971
PABLO NERUDA


Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.

A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.

Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

    ¿Tuvo mucho miedo?

    Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.

Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo –agregó uno de ellos– cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.

Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.

Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.

Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.

Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.

Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.

    Señoras y Señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.

De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

    Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

    Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

    Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

    Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

    Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

    En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

    Así la poesía no habrá cantado en vano. 


nobel

Gabriela Mistral: 
Discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, 1945




Tengo la honra de saludar a sus Altezas Reales los Príncipes Herederos, a los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático, a los componentes de la Academia Sueca y a la Fundación Nobel, a las eminentes personalidades del Gobierno y de la Sociedad aquí presentes.
Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América ibera para honrarla en uno de los muchos trabajos de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur del Continente Americano tan poco y tan mal conocido.
Hija de la Democracia chilena, me conmueve tener delante de mí a uno de los representantes de la tradición democrática de Suecia, cuya originalidad consiste en rejuvenecerse constantemente por las creaciones sociales valerosas. La operación admirable de expurgar una tradición de materiales muertos conservándole íntegro el núcleo de las viejas virtudes, la aceptación del presente y la anticipación del futuro que se llama Suecia, son una honra europea y significan para el continente Americano un ejemplo magistral.
Hija de un pueblo nuevo, saludo a Suecia en sus pioneros espirituales por quienes fue ayudada más de una vez. Hago memoria de sus hombres de ciencia, enriquecedores del cuerpo y del alma nacionales. Recuerdo la legión de profesores y maestros que muestran al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y miro con leal amor hacia los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, artesanos y obreros.
Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran de haber sido invitadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por su folklore y su poesía milenarias.
Dios guarde intacta a la Nación ejemplar su herencia y sus creaciones, su hazaña de conservar los imponderables del pasado y de cruzar el presente con la confianza de las razas marítimas, vencedoras de todo.
Mi Patria, representada aquí por nuestro culto Ministro Gajardo, respeta y ama a Suecia y yo he sido invitada aquí con el fin de agradecer la gracia especial que le ha sido dispensada. Chile guardará la generosidad vuestra entre sus memorias más puras.





INTRODUCCIÓN A LA POESÍA DE NICANOR PARRA  Por Pedro Lastra R.








La reciente publicación de Canciones rusas ha obligado a la crítica más responsable del país a plantearse -una vez más- una cuestión necesaria e impostergable acerca de la obra total de Nicanor Parra y que se refiere al verdadero significado que ella tiene en el contexto propio de la poesía chilena y en el plano mayor de la poesía de lengua española. Dos indagaciones, entre las que conocemos, sitúan el problema valorativo en una dimensión que nos parece justa e inteligente: las notas críticas de Armando Uribe y de Ignacio Valente.

 

 

Ambos coinciden en señalar la importancia fundamental del libro Poemas y antipoemas, que surge en un horizonte dominado hasta esa hora por las proyecciones del impacto de Residencia en la tierra y cuestiona en profundidad "toda una forma de poetizar, toda una tradición de lenguaje lírico, y aun toda una manera de entender la poesía (1)". Uribe destaca en su trabajo que desde Residencia en la tierra ningún poeta chileno había dado en la realidad común y ominosa de una manera tan absoluta: " la poesía -dice Uribe- no era una serie de palabras, los versos de Parra -como esos de Neruda- no eran para nosotros ayuda-memorias emocionales: eran experiencias inmediatas; más todavía: eran nuestra conciencia de la realidad personal oculta; nos abrían los ojos (2)".

 

 

Estos dos juicios apuntan a uno de los caracteres esenciales de la antipoesía, en cuanto la reconocen como una revolución literaria auténtica, la única a que hemos asistido de verdad en estos últimos veinte años.

 

 

Pero lo que podríamos llamar autoantecedentes de la antipoesía se remontan a una época incluso anterior a la publicación del primer libro de Nicanor Parra, Cancionero sin nombre, que apareció en 1937. Se trata de un documento casi desconocido, cuya lectura resulta sorprendente, porque permite comprender en plenitud el desarrollo de la visión del mundo de Nicanor Parra, que encuentra su expresión más cabal en los antipoemas y en Versos de salón. La pieza a que nos referimos es una narración titulada "Gato en el camino", que se incluyó en el primer número de la Revista Nueva, cuaderno trimestral de poemas y ensayos, editada en el invierno de 1935 por Jorge Millas, Carlos Pedraza y Nicanor Parra. El relato mencionado es altamente revelador de la postura audaz asumida ya en un momento juvenil por Parra frente a la materia literaria, y responde a la más decidida voluntad de ruptura con la tradición inmediata. El absurdo, la inconexión y el humor son las notas resaltantes del cuento. La historia y las rápidas aventuras de ese gato extraviado, requerido a veces, rechazado en otras ocasiones -son las más-, y finalmente solo y libre por los caminos, prefiguran, en más de un sentido, la orientación futura del antipoeta. Como también la prefigura su libro Cancionero sin nombre, que a pesar de inscribirse en esa línea de preferencia formal tan generalizada hacia 1937 -el romance- expresaba ya una insólita actitud frente al lenguaje sentimental y decorativo empleado hasta entonces, al mismo tiempo que se revelaba como producto de una mentalidad compleja, aparentemente arbitraria, lanzada de pronto hacia el absurdo humorístico, que mucho tenía que ver con el genio popular chileno. Atender a tales antecedentes es lo que posibilita la comprensión de la obra actual de Parra como un proceso de desarrollo y de enriquecimiento, y no como una ruptura violenta con su propio sistema poético de hace treinta años. Germinalmente, la antipoesía aparece, para nosotros, ya en las primeras producciones del escritor.

 

 

Enjuiciando la época de su iniciación literaria, el mismo Parra ha dicho: "Tanto Oscar Castro como yo mostrábamos una influencia innegable del poeta mártir de la revolución española: Federico García Lorca (...) representábamos un tipo de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público (...) claro que no traíamos nada nuevo a la poesía chilena. Significábamos, en general, un paso atrás, a excepción de Jorge Millas y Luis Oyarzún, que según mi modo de ver eran ya unos poetas perfectamente vertebrados. Nos hallábamos más cerca de Ángel Cruchaga Santa María, que era el poeta menos atrevido de nuestros mayores, que de los innovadores realmente significativos (...) Pero nuestra debilidad inicial, así lo pienso en la actualidad, era un punto de partida legítimo para nuestra evolución ulterior. En ella radicaba la fuerza que más tarde nos ha dado el derecho a la vida. Fundamentalmente, creo que teníamos razón al declararnos tácitamente paladines de la claridad y la naturalidad de los medios expresivos. Por lo menos, en esa dirección se ha movido posteriormente el cuerpo de las ideas estéticas chilenas (...) De más está decir que nosotros constituíamos el reverso de la medalla surrealista (...) Los hechos se han encargado de mostrar que por lo menos el cincuenta por ciento de nuestros principios no había sido mal ideado. El otro cincuenta por ciento (...) estaba de parte , de los surrealistas, que en aquella época representaban, en rigor, el paso siguiente del creacionismo y del nerudismo: la inmersión en las profundidades del subconsciente colectivo (3)".

 

 

En 1948, Nicanor Parra publica sus primeros antipoemas y aparece ya en plena posesión de un instrumento expresivo propio, que de algún modo preludiaba su libro de 1937; porque en Cancionero sin nombre se anticipa ya cierto tono de agresividad frente al clima lírico habitual, que se concretaba en el empleo de formas coloquiales atrevidas y desconcertantes. En varios poemas de ese libro se podía sorprender la intención de oponer a la poesía lírica, no una poesía satírica, sino simplemente burlesca, en pugna con la tradición más estimada. Es justo, pues, rastrear el paso del absurdo al humor negro que iba a caracterizar la futura obra de Parra, desde esos poemas.

 

 

En la etapa posterior de la poesía de Parra, el juego del primer instante empieza a convertirse en agresiva denuncia. El humor, subyacente o manifiesto, cumple ahora una función intensificadora del desencanto, de la evidencia de los límites humanos, del escepticismo y la amargura con que el propio poeta se contempla y se reconoce. Recuérdese, en este caso, su famoso "Autorretrato".

 

 

En esta etapa, especie de ensayo realizado por Parra para dar el salto hacia la conquista definitiva de una estructura y de una lengua poética de singulares alcances, se incribe también un Epitafio de cruel ironía, que concluye de este modo:

 

 

"Ni muy listo ni tonto de remate
fui lo que fui: una mezcla
de vinagre y de aceite de comer
¡un embutido de ángel y bestia!"

 

 

Vale la pena retener el sentido que se propone en esta oposición, pues ella se proyecta a menudo en diversas actitudes y significaciones, a través de la tercera etapa, la de los antipoemas, que empezamos a conocer en 1948.

 

 

¿Qué entiende Parra por antipoema? Él ha escrito: "El antipoema que, a la postre no es otra cosa que el poema tradicional enriquecido con la savia surrealista -surrealismo criollo o como queráis llamarlo- debe aún ser resuelto desde el punto de vista psicológico y social del país y del continente a que pertenecemos para que pueda ser considerado como un verdadero ideal poético. Falta por demostrar que el hijo del matrimonio del día y de la noche, celebrado en el ámbito del antipoema, no es una nueva forma de crepúsculo, sino un nuevo tipo de amanecer poético (4)".

 

 

Después de más de veinte años de sostenido y consciente trabajo, Parra ha logrado dar cima a una concepción estética, cuyos aspectos principales se refieren a la prescindencia de toda retórica, a la sustitución de un vocabulario poético gastado, por las expresiones coloquiales más comunes, entre las que no escasean ni la información periodística ni el léxico burocrático, en un contexto general que suele adoptar con frecuencia un carácter conversacional. Sin embargo, Parra consigue siempre sacar el mejor partido de las palabras, y la incorporación de aquellos elementos considerados durante mucho tiempo atrás como espurios, le permiten describir, cabalmente, los contenidos de la vida moderna.

 

 

En 1948, Parra declaró que le interesaba operar sobre la base de la frustración y de la histeria, factores típicos de la deformación angustiosa de la vida moderna (5). De esa orientación habría de surgir, necesariamente, una visión distorsionada y pesimista del mundo, en alto grado reveladora de una actitud crítica implacable. "Poesía prosaica, sin duda, ha dicho el crítico Emir Rodríguez Monegal. Pero prosaica del mismo modo que lo es Les Fleurs du mal: por la insistencia en atravesar la piel de lo cotidiano, para encontrar debajo las presencias invisibles, pero seguras, del dolor, del engaño, de la locura, de la muerte. Una suerte de ferocidad alegre y trágica a la vez encuentra salida en esta poesía". Ampliando estas observaciones, Parra ha agregado que la finalidad última del antipoeta es hacer saltar a papirotazos los cimientos apolillados de las instituciones caducas y anquilosadas.

 

 

En general, al antipoema muestra un mundo sin sentido, en el que imperan el absurdo, el caos, las turbias manifestaciones de la condición humana, la ausencia, en fin, de seguridad.

 

 

En el libro Versos de salón, título de notable intención irónica y violentadora de las viejas normas, Nicanor Parra insiste en sus planteos acerca de la nueva dirección que asume la poesía actual y, particularmente, acerca del espíritu que anima su obra. Dice en el breve antipoema "La montaña rusa":

 

 

Durante medio siglo
la poesía fue
el paraíso del tonto solemne
hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.

 

 

En este libro singularísimo -insuficientemente atendido por la crítica- Parra desplaza el uso del verso libre y se atiene a formas tradicionales, particularmente al empleo del verso endecasílabo, que sorprende con gran frecuencia en el lenguaje conversacional. Por esta vía, su ingenio encuentra las más insospechadas oportunidades de enriquecimiento léxico, que le permiten explorar otros sectores de la realidad.

 

 

Por otra parte, La cueca larga corresponde a una madura incursión en el ámbito popular chileno.

 

 

La obra recientemente editada en la serie Letras de América,

Canciones rusas, se inserta en el cuerpo total de la obra de Parra; pero su intención es ahora la de explorar nuevas posibilidades de la poesía lírica. Lo que Parra hace en Canciones rusas es un experimento en la dimensión del rescate, lo que le permite demostrar -después de haber sometido el lenguaje a ese proceso de purificación por el fuego de la antipoesía- que es posible escribir poesía lírica sin ruborizarse.

 

 

 

 

En: Revista del Pacífico. Facultad de Filosofía y Educación.
Universidad de Chile. Valparaíso. Año V, No.5, 1968.

 

NOTAS

* Presentación del Recital de Nicanor Parra realizado en el Aula Magna del Instituto Pedagógico de la U. de Chile (Valparaíso) , auspiciado por la Oficina de Extensión Cultural, en agosto de 1967.

 

(1) Ignacio Valente: "Nicanor Parra: Canciones rusas". El Mercurio. Santiago de Chile, 9 de julio de 1967, p.3.

 

 

(2) U. R. (Armando Uribe Arce). "Como un herido a bala". La Nación. Santiago de Chile, 9 de julio de 1967. Suplemento dominical, p.5.

 

(3) Nicanor Parra: "Poetas de la claridad". Atenea No. 380-381, abril-septiembre de 1958. Vid. pp. 46-48.

 

 

(4) Nicanor Parra: "Poetas de la claridad". Ibid, p. 48.volver

 

(5) Cfr. la antología de Hugo Zambelli, titulada 13 poetas chilenos. Valparaíso, Talleres Gráficos de la Imprenta "Roma", 1948. p.79.

 

 

 

 

 


La actividad literaria y la periodística 
acostumbran compartir espacios, 
incluso a veces en la misma persona. 
Sin embargo, todas las prácticas 
humanas están insertas en una 
Historia, que a través de múltiples 
medios las determina, les da el rol 
social que cumplen y nos exige tomar 
decisiones.

Escribí hace algunos años que el 
periodismo era mucho más moderno 
como actividad específica que la 
literatura y hoy diría que nacen juntos 
en la literatura de romances, cantares 
de gesta, etc., en la que a veces 
cumplían función ‘informativa’. O sea, 
que no habría en esas letras separación.

El periodismo asume como misión 
expresa la de informar, tarea precisa 
y delimitada que lo diferencia del mundo 
de concepciones y sobreentendidos que 
se anotan a la misión de la literatura. 
La vocación de eco de lo que acontece 
a nivel particular hacia el mayor ámbito 
que los medios de comunicación logran 
abarcar –pieza clave para la integración 
de la sociedad-, es una herramienta 
fundamental en la necesidad permanente 
del hombre de situarse, saberse y 
reconocerse como parte de un tiempo 
determinado y un entorno histórico, 
social y político en permanente cambio.

Es en este sentido que antes de buscar
la raíz de la separación contemporánea 
entre periodismo y literatura, debemos 
señalar el profundo espíritu humanista 
que subyace en ambas actividades: 
esa herramienta para situarse, desde 
otra perspectiva, es una de las más 
conscientes determinantes de la actividad 
literaria. Los ejemplos están a la mano si debiésemos señalar cómo todos los días 
vemos periodismo de estilo literario y 
literatura de vocación periodística.

El primero es prácticamente un cliché: 
Ernest Hemingway. Su vocación literaria 
corre a la par de su profunda vocación 
periodística, al nivel que su misma obra 
es un constante maridaje entre ambas 
actividades.

Mucho más allá de la literatura de 
escritorio, Hemingway se planteaba 
como una de las misiones fundamentales 
de la literatura desarrollar un profundo 
sentido de identificación con la vida en su manifestación más plena e intensa, 
asumiendo inclusive realidades sombrías 
como la guerra para retratar a la 
humanidad en su despliegue más pleno. 
En este sentido, el periodismo, practicado 
por él con una maestría y precisión 
impecables, acompañó a la literatura a 
través del ardiente derrotero de su vida: 
la guerra, la caza y pesca deportivas, la tauromaquia; Madrid, el Kilimanjaro, 
Habana; aparecen en su obra literaria al 
mismo tiempo que en su permanente 
trabajo periodístico. Su trabajo en este 
campo influye en el estilo preciso y conciso 
de su prosa literaria que, al no completar la narrativa completa y omnisciente de la 
literatura clásica, es capaz de crear 
atmósferas perturbadoras, precisamente 
por el afán expreso de retratar la realidad
tal como aparece. En él, los límites entre periodismo y literatura prácticamente no se 
pueden fijar.

Otro ejemplo, mucho más cercano 
(aunque tan lejos de los actuales hábitos 
de lectura), constituyen los dos máximos 
referentes de lo que el modernismo dio 
en llamar costumbrismo: Joaquín Díaz 
Garcés y José Joaquín Vallejo. Ambos, reconocidos trabajadores y empresarios 
de una prensa que en Chile vivía un 
momento bullente absolutamente sin 
parangón en el resto de su historia, 
siguieron la línea trazada por otro de los 
grandes escritores-periodistas, Mariano 
José de Larra, en el sentido que la literatura 
debía asumir un sentido netamente 
nacional, que lograra retratar, ya no los 
sueños o los ideales de la sociedad 
(como querría el romanticismo), sino que 
la real manifestación del carácter del país, 
no importando que este carácter sea decepcionante o grosero, o que el resultado 
sea ligero y sin mayores consecuencias. 
Díaz Garcés y Vallejo (o Ángel Pino y 
Jotabeche, como firmaban sus artículos 
de más refinada elaboración) son 
verdaderos maestros de la prosa, 
asumiendo un estilo ágil y pleno de 
segundas intenciones en sus obras 
principales: el artículo o la “página” de 
costumbres, destinada a aparecer en 
la prensa diaria.
La escasa nueva lectura de estos 
escritores-periodistas por parte del 
siglo XX va en directa proporción a la 
pobreza de lenguaje del periodismo contemporáneo que, a su vez, se 
corresponde con la pobreza de lenguaje 
de nuestra población.

¿Cuál puede ser la causa para la notoria separación entre periodismo y literatura 
en el mundo moderno? Creemos que hay 
que buscarla en el extremo modelo 
economicista actual, que más allá de 
asignar un rol y misión particular a las 
actividades humanas desde criterios de
verdad, decoro o utilidad social –como absolutamente todos los sistemas 
sociales han propugnado-, determina 
a los oficios según su capacidad de 
reproducción de la riqueza económica. 
Así, la literatura cae en la red a través 
de las grandes empresas editoriales, 
que con criterios de mercado dictan 
líneas de publicación y marcan la ruta 
por las cuales definir el gusto y controlar 
el mercado literario, generando una especialización manifestada en zonas geográficas, grupos sociales y nivel 
académico –tarea en la cual el actual 
periodismo literario, también radicalmente especializado, cumple un rol primordial. 
El periodismo, asimismo, está cada vez 
más lejos de restituir en su práctica al 
hombre en su totalidad, enmarcándose
de acuerdo a directrices globales 
manejadas desde las grandes agencias 
de prensa, que en pos de una mal 
entendida “objetividad periodística” limita permanentemente la posibilidad de un 
nuevo periodismo, al menos desde los 
grandes medios de comunicación 
tradicionales –se genera así una extrema funcionalidad en la actividad de la 
comunicación social, que lo hace permeable 
de “venderse” y de responder a las 
exigencias del sistema con las precisas imágenes que éste le pide.

Creemos que existe la posibilidad de 
revitalizar la relación entre periodismo 
y literatura. (Aquí me permito el referente 
a Ryszard Kapuscinski. En primer lugar, 
el periodismo debe tomar consciencia 
de su rol permanente y fundamental de 
aportar a la memoria de la vida social, 
y en esto no nos referimos tan sólo 
a la memoria histórica, sino al real y 
constante llamado al hombre a revisar 
el entorno social y vital de su vida: la 
sociedad humana es la misma hoy que 
ayer y antes de ayer, gracias a esta 
constante y actuante memoria. Hay que 
ver en el periodismo la posibilidad de 
una promoción del ser humano en sus 
valores más plenos y fundamentales.
En segundo lugar, la literatura debe 
hacerse consciente de su misión de 
eco y expresión del entorno vital y social 
del hombre, no ya de la manera 
esquemática y unilateral de los 
autoritarismos de izquierda o derecha, 
que dictaron lo que se debía escribir, 
sino de un nuevo modo: implica saber 
reconocer que la más vanguardista de 
las literaturas no puede dejar de 
responder a la situación de enajenación 
del hombre ante un mundo que se totaliza 
frente a él, dejándolo aislado y enfrentado 
al hecho de que él mismo está escindido. 
Hay que ver de nuevo en el acto de la 
literatura una expresión de esencialidad 
humana y libertad que no se puede 
comprar o vender.

En tercer lugar, hay que reconocer la 
viabilidad de prácticas comunitarias en 
el ejercicio del periodismo y la difusión 
de la literatura a través de las tecnologías 
de Internet. Nuevos medios de prensa, 
de generación y alcance internacional, 
están haciendo real un viejo sueño de las vanguardias políticas: el establecimiento 
de una red de comunicación social 
alternativa, que no sólo responda a la 
visión individual, sectorizada; sino que se 
hace capaz de autogenerar y 
autodeterminar su expresión a través del 
feedback permanente de los receptores. 
Esto debilita necesariamente los intentos 
de hacer caer la comunicación social global 
en la red de un economicismo totalizante.

Un periodismo que se plantee desde 
estas perspectivas es condición 
fundamental para una nueva puesta al 
día en la situación de la literatura en el 
entorno social, para la postulación 
posible de canales de circulación literaria 
no aherrojados por el criterio de mercado; 
será, asimismo, la única posibilidad de 
una nueva cercanía y mutua alimentación 
entre la literatura y el periodismo. Y, ante 
las urgencias del día –la posibilidad de 
una hegemonía política mundial única, 
la absoluta crisis ambiental, la búsqueda necesaria de nuevas soluciones a los 
viejos problemas-, tales actividades 
sabrán responder como lo han hecho 
en los momentos más extremos de 
nuestra historia moderna: hablando 
hacia el hombre, desde el hombre.

Email: lavergne21@hotmail.com




 


CRÍTICA

En homenaje a los opositores turcos


Canto a un prisionero
 

escribe Juan Cameron

Una nueva tarea de Elías Letelier en el campo 
de las luchas libertarias se cumple con la 
publicación de «Canto a un prisionero/ 
Antología de Poetas americanos/ Homenaje 
a los Presos Políticos en Turquía». La obra, 
aparecida en los meses recientes bajo el sello 
de Editorial Poetas Antiimperialistas de 
América, reúne a casi un centenar de autores 
de nuestro continente, con textos escritos 
especialmente o seleccionados por el 
antologador para esta ocasión.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? 
Es una vieja pregunta para un mismo tema. 
En el caso de la poesía, la cuestión es si acaso 
ésta sirve para algo, tal vez para la liberación 
humana, aún en estos tiempos cuando, 
literalmente, se trata de un producto sin 
mercado. El nivel de tontera, de analfabetismo, 
de superficialidad la ha superado. No es la 
época en que el lector medio pueda descifrar 
algo más allá de un spot publicitario -y 
siempre que venga en formato televisivo- así 
que no le exijan tanto al pensamiento. 
Cualquier gesto resulta ahora auténtico, 
cualquier niño maneja una locomotora, 
cualquier imbécil hace una instalación; 
estamos en la era del mediocre, del triunfo 
de los acuerdos.

Y entonces, así como no debe sorprender la 
irracionalidad del aula universitaria, con su 
teoría del gaysaber (¡Ah, don Antonio 
Machado!), sorprende sin embargo que aún 
haya intentos por darle a la poesía esa extraña 
tarea de ser partera de la historia. Como en el 
caso de la antología de poetas americanos en 
homenaje a los presos políticos en Turquía, 
Canto a un prisionero, de Elías Letelier, poeta 
chileno radicado en Canadá. ¿Qué fue primero, 
el huevo o el gallinazo, se pregunta uno? 
Porque un helicóptero es poesía tanto como 
el gallinazo es belleza y eso que ya no se 
confunde el tableteo de la máquina de escribir 
con el de la ametralladora -ambos productos 
al parecer desfasados.

Casi un centenar de poetas de distintas 
nacionalidades y estaturas literarias se dan cita 
en sus doscientas páginas, algunos con textos 
escritos para esta especial ocasión, como es el 
caso (y por citar sólo a algunos) de Alfredo 
Lavergne, Antonio Álvarez Bürger, Roberto Yáñez, 
Patricia Cabezas Flores, Emanuel Alvarado y 
Miquel Segovia Aparicio. Pero las más de las 
veces se trata de manifiestos políticos que no 
alcanzan un desarrollo estético suficiente.

En estos tiempos de hambruna intelectual, y 
política por cierto, se recomienda a los poetas 
informarse sobre la materia. Un armero es un 
armero porque sabe de armas; no porque las va 
a utilizar en contra del tirano o del pueblo o de 
los verdes o de los rosados; el armero es un 
tipo que domina las armas. Si va a la guerra y 
no sabe de ellas, malditas sean sus buenas 
intenciones; porque va al muere. A los poetas 
le pasa exactamente lo mismo.

El problema se presenta cuando uno anda por 
el mismo bando y no quiere gastar pólvora en 
gallinazos; porque de tanto disparo nos vamos 
a morir de hambre. ¿Y qué hacer frente a este 
monumental esfuerzo del poeta Elías Letelier y 
a la necesidad de un pronunciamiento humano 
frente a una cuestión real y tan cierta como la 
miseria que nos cobija? ¿Servirá la poesía? 
Porque en este caso, una decena de poetas no 
han de salvar el intento.

Razón tiene Virginia Vidal, en el prólogo de esta 
recopilación, al calificarla como una «admirable 
iniciativa solidaria de Poetas Antiimperialistas que 
lanzan desde nuestro continente un llamado al 
mundo para acabar con una de las peores 
atrocidades de la globalización». La imagen de 
Nazim Hikmet continúa siendo la luz que aún 
conmueve nuestro espíritu ante la injusticia y la 
barbarie. Hikmet es un luchador y un poeta, 
grande en ambos estadios de la conducta 
humana. Pero también lo es, para los de esta 
orilla, la figura de Noam Chomsky, escritor y 
testigo de causas nobles, citado allí por Vidal. 
Chomsky fue a Turquía y compareció en el juicio 
iniciado contra un editor que publicara una 
conferencia de éste sobre la presencia 
norteamericana en Medio Oriente. El lingüista, 
con ocasión de este viaje, calificó a los escritores 
turcos como personas muy valientes y denunció 
el incremento de la represión en el país asiático, 
a partir del 11 de septiembre de 2002.

Elías Letelier, por su parte, nos indica que se 
trata de una nación estratégica para los intereses 
de los Estados Unidos y que este último país ha 
permitido la existencia «de un régimen coercitivo 
que emplea métodos de tortura y aniquilamiento 
psicofísico destinado a la supresión del estado 
psíquico del individuo que se expresa y disiente».

Al parecer este meritorio esfuerzo tuvo una 
gestación apresurada. Se echa de menos una 
gran cantidad de nombres que enriquecen hoy 
día la literatura de nuestro continente, cuyos 
textos habrían proporcionado una mayor 
prestancia a esta obra. Una revisión más 
acabada de las pruebas, por otro lado, se hacía 
necesaria frente a la notoria cantidad de erratas 
y al incompleto ajuste de los datos 
biobibliográficos.

Con todo, el poeta Letelier se lanza a la lucha 
como siempre lo ha hecho; no importa si vuelan 
plumas. Y tampoco camina como pisando huevos. 
Bien por eso.


LOS POETAS DE CHILE



Rolando Gabrielli

La poesía chilena cuenta con su propio pasaporte en el idioma castellano desde el siglo XX en adelante. Si bien podría decirse que en poesía todo está casi escrito, un poema debe buscar y dar sus propias señales. Explicar un poema es como hablar del silencio, porque si es verdadero tiene más de una respuesta en sí mismo. Los poemas son para los lectores y nadie mejor que ellos pueden responder por el texto que tienen enfrente. Un libro se sostiene en el tiempo por las lecturas que de él hagan las personas que lo escogen. La palabra puede superarse en el tiempo a sí misma, pero nunca será igual a cuando fue escrita. Poesía podría ser lo que nunca antes se había escrito. Son tantas y ninguna las definiciones como poemas que aún no se han escrito. Me gusta la definición de Ezra Pound: poesía es el lenguaje cargado de sentido. ¿Qué motiva a escribir poemas a las personas que suelen llamarse poetas? Es una manera de observar e interpretar el mundo, a la gente, a lo que a uno le rodea, ve y toca, el silencio y la soledad. La palabra es una aventura en sí misma. El poema es un mapa. La textura del poema es la variante de la palabra en el lenguaje que adquiere definitivamente una forma y contenido inseparables. Un libro suele ser un conjunto de poemas más o menos armónicos en su temática. El poema es una búsqueda a partir de la página en blanco, y en un principio se constituye en una idea vaga que lentamente adquiere una forma real. El poema es el cuerpo a través del lenguaje que es su experiencia. Cuando ha cristalizado la idea, el poema ya no nos pertenece, adquiere vida propia. Un poema es un poema, tal vez, cuando al leerlo pareciera escrito por otro. Eso me dijo Jorge Teillier una primavera en Santiago.

Los poetas de Chile (Bogotá: Agua fresca, 2007) nació como un libro experimental, un juego, un homenaje a la poesía chilena y a algunos poetas conocidos con los que compartí la vida, el vino y la poesía, una época. En 2002 comencé a rayar los primeros borradores que intentaron interpretar la poesía y al hombre o mujer que había escrito una obra poética singular, significativa. El libro se desarrolló sin ninguna solemnidad, ni compromiso, humor, vinculación poética y todo lo personal, discrecional de mi propia visión. También es un ejercicio para ir ingresando a la “chilenidad”, si en verdad existiera, pero sobre todo a una época, una historia, una ciudad, un país, a quienes cruzaban la línea de la poesía, en un presente casi anónimo, convulso, idílico, absolutamente impredecible, que concluyó en lo predecible. La línea de fuego puso silencio a la poesía chilena por un largo tiempo dentro de Chile en 1973.

La poesía chilena cuenta con numerosas antologías, críticas personales, interesantes, espantosamente parciales, como ocurre en este género en muchos países, pero Los poetas de Chile no es una antología, no nace como una parcialidad fragmentaria de un todo, ni obedece a una canonización de poetas y poesía. El imán de toda búsqueda está en la orilla, la marginalidad del centro de las cosas, la hondura bajo la superficie, el río, el río que sólo fluye, de orilla en orilla.

Toda selección es arbitraria de por sí, y en Chile hay no pocos poetas originales, interesantes, meritorios, dueños de una retórica propia, cuyas obras se sostienen en cualquier antología, pero este libro no lo es, ni por principio, ni fin. Me motivó también un paseo lúdico por la apuesta en vida y obra de los poetas reseñados, pintados, coloreados en estas 96 páginas. Los poetas de Chile marcaron el territorio en castellano de la poética del siglo XX, dicho y repetido casi como un slogan, y fueron antecedentes de la novelística que se montó en el boom de la narrativa latinoamericana, según han afirmado Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez.

La poesía chilena, que nace de distintos y variados troncos, posee numerosas cabezas, cuerpos de alpinistas que no han cesado de escalar las montañas nevadas de la Cordillera de los Andes, o atravesar el océano Pacífico como buzos solitarios asfixiados, convertirse en ríos silentes, lagos, desiertos, y tan urbana como nosotros mismos, ciudadanos del Tercer Mundo y del siglo XXI, un cristal de acero inoxidable. De origen español (castellano), anglosajón y francés, alemán y de los inolvidables e imperdibles clásicos griegos, la poesía chilena busca su propio centro y se seguirá contaminando a sí misma, como todo lenguaje que aspira a ser verdadero, único, significar y comunicar.

Chile, una pobre capitanía al sur del Virreinato del Perú, país desértico, salino, marítimo, volcánico, de ricos y de productivos valles, con una geografía desmembrada y deslumbrante, lo primero que exportó fue su poesía, más que los vinos, y fue reconocido durante años por sus dos poetas laureados con el Nobel: Mistral y Neruda. No es una frase chauvinista, sino real. Después del 11 de septiembre de 1973, Chile exportó, deportó poetas. Hoy algunos viven aún en Estados Unidos, México, Francia, Canadá, Suecia, Australia, Argentina, Panamá, entre otros lugares, donde vuelve a renacer una y otra vez la poesía.

Treinta y seis poetas integran la primera parte del libro, con su sal y pimienta, pequeña historia, reflejo de su poesía, su tránsito por Chile, de alguna manera. Son poetas jugados en la palabra. La poesía es una obsesión dentro de la escritura y eso lo vi y viví, conversando con Lihn, Millán, Parra. La poesía se hace todos los días, no hay poeta de ocasión ni dominical. Es esencial el humor, la ironía en el retrato de cada uno de los poetas, porque se trata de ingredientes con tradición en la vida cotidiana de Chile y de sus propios poetas.

Bajo el título “Vienen a robar el fuego”, dedicado a los que vienen llegando a la mesa de la poesía con sus manos untadas de espanto/pájaros/sueños locos/insomnes en la página en blanco. “Los días personales” forman un tercer capítulo de esta historia poética, con un extenso poema donde el autor se ubica y relata los acontecimientos después del 11 de septiembre de 1973. Los que se van, el que se queda: la primavera se acerca para ser degollada. Sigue la historia su curso en el zigzag volátil y sangriento de aquellos días, y el poeta se pregunta: ¿La memoria del silencio es eterna? “Epitafio” es el siguiente paso de un carrusel cuyo trasfondo es la poesía de Chile, los días en que la República se fue barranco abajo, pero también un reconocimiento a poetas míticos desaparecidos prematuramente y que si bien forman parte del gran abanico y panorama de la poesía chilena, pudieron ser protagonistas que habrían enriquecido aun más la lírica nacional y del habla castellana. La poesía puso sus muertos antes y después de los tiempos. El “Corolario” de este viaje, reafirma que Los poetas de Chile nacen bajo las piedras en el siglo XX y retoma a los grandes volcanes, pero también fueron magos de pueblo chico/duendes de baquelita/adanes tal vez/porque desnudaron la palabra. Artesanos/fueron quizás/simples organilleros/con sus bombos/y platillos provincianos. El país ya había sido fundado por La Araucana.

El “Epílogo” que ocupa un lugar antes del fin de este libro, es un homenaje al editor argentino Armando Menedín, por esa maravillosa colección de poetas El viento en la llama, que dejó como legado a la poesía chilena, fin del mundo, donde vino a arrastrar su propio poncho la palabra. “Post Chile”, esa sección del poemario se inicia con un poema intitulado “Pregúntale al polvo”. No me crean/no me crean el Tata está vivo, así inicia ese bautismal, fantasmal, infernal poema sobre el “inmortal”, innombrable personaje que fracturó hasta el día de hoy la sociedad chilena. “Santiago del Nuevo Extremo” forma parte de este capítulo, pero sobre todo de la fundación de nuestros primeros pasos. La ciudad fue techo, sueño, santo y seña de la realidad. No más allá de la montaña, no más acá de uno mismo. “Santiago no existe. Es una historia muy larga atravesada en el sur. Un río mendigo y la montaña que hace marco del paisaje. Todo lo demás fue un tiempo para el miedo...”. Se suceden cinco viñetas sobre Chile, Santiago, Neruda y Pinochet, todas en cien palabras, un gesto de la memoria. “En defensa de la poesía” es el título de un poema de una sección que preside una serie de homenajes a poetas chilenos. Flama o flauta, los ratones hacen fiesta, con las palabras de la tribu. Los homenajes tienen todo lo de personal que deben tener, y estos poemas no son una excepción, ni pretenden serlo. Homenajes referidos también a la poesía. Hágase el verso y la luz se hizo, Parra no deja descansar/a los dioses en su Olimpo. Sobre sus cenizas se construirá la nueva poesía. El poema respira libre/el aire/que la página en blanco/le concede/al lector. El gusano de la poesía sigue tejiendo el poema. Finalmente, el libro se cierra con “El lado oscuro”. Poesía, poesía y Los poetas de Chile concluyen con el poema “Mi historia”, de quien escribió el libro.

Las solapas muchas veces hablan. La de la izquierda, subraya que Los poetas de Chile “es un libro sin entrada, ni salida”. La solapa derecha aclara que es un pulso con las lecturas pasadas y futuras, Santiago, los días personales, con los que no conoce el poeta y vienen. La poesía es lo que llevamos puesto, un cuerpo contaminado.


"Si supiera que el mundo se acaba 
mañana, yo, hoy, todavía plantaría un árbol".

                                                 Luther King



 
ANTONIO ÁLVAREZ BÜRGER
 
Sólo por el honor
dejar clavado un lucero
en el corazón de los hombres.
Exprimir las nubes suspendidas,
guardarlas en un cofrecillo
a veces
Ser océano de peces risueños
montaña de oro fino,
vendaval,
no importa,
tenue brisa.
Sólo por el honor, ser
Sólo por el honor abonar
la tierra
con semilla de versos.
 
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